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Apuntes de Historia I
 
 
 
 
 
 
 
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06 de Enero de 2013
El Guadalquivir. Razón e Historia (I)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-En realidad en nuestra Sanlúcar como sucede a lo largo de las orillas de su curso basta con decir “el río”, ha venido siendo históricamente, desde que el tiempo es tiempo, o casi, la puerta de Europa, la ventana por la que el continente europeo miraba hacia África y, más tarde, hacia América. Sus orillas han dado sustento y cobijo de manera continuada y estable a la población humana, de lo que dan testimonio en nuestro más inmediato entorno sanluqueño algunos yacimientos arqueológicos tan conocidos como puedan ser los de Évora o La Algaida.
El lomo sinuoso de sus aguas, por su parte, ha ofrecido camino y sustento por siglos y siglos a la navegación, desde la Antigüedad hasta nuestro presente, desde los remotos días en que el proceso de constitución de sociedades territoriales, sedentarias y excedentarias era casi una novedad y se estrenaban fórmulas de relación humanas basadas en la agricultura, la acumulación de excedentes y la aparición de los primeros especialistas en el trabajo, caso de los guerreros, hasta hoy mismo, hasta la era de las comunicaciones, de internet y del mundo virtual, hasta la actualidad.

Así, y en el vuelo de nuestra imaginación, podemos imaginar cómo embarcaciones de muy diferentes épocas y de todo tipo han surcado a caballo de los siglos las aguas del Gran Río andaluz; naves como las trirremes fenicias, las pentarremes púnicas de pesado andar, los caballitos de Gadir con sus esbeltas proas, los bajeles liburnos que cantara Horacio en sus Épodos, las galeras romanas victoriosas en la ensenada de Actium, los dromones bizantinos que dejaron su silenciosa y secreta huella bajo el suelo de la sevillana Plaza Nueva, las falucas norteafricanas que se asomaban a los muros medievales de Sanlúcar, las carracas, carabelas y naos españolas, portuguesas o genovesas han volado sobre sus ondas hasta llegar a las carabelas de los descubrimientos, a los galeones de las Flotas de Indias, al vapor del original Real Fernando y a las tradicionales tartanas y parejas, que han dejado tanto en nuestra memoria y en las retinas de nuestro imaginario colectivo como ciudad, como comunidad humana.
 
El Guadalquivir puede ser considerado, como bien señalaba el desaparecido profesor Bazzanti, navegante de estas aguas él mismo, un verdadero “cosmódromo” de la Historia de Andalucía, un Cabo Cañaveral o un Baikonur de la Península Ibérica y de Europa, desde la Antigüedad y a lo largo y ancho de la Edad Moderna, siendo uno de los verdaderos protagonistas de la que se ha dado en llamar la “Era de los Descubrimientos”. El Río, y en él nuestra Sanlúcar, han representado un destacado papel en la Historia del Mediterráneo, del Atlántico, de sus riberas, de su interacción y de su proyección hacia los mares del Norte, del Sur, del Oeste y del Este, hasta conformar la espina dorsal de las comunicaciones hispanas con las tierras del Nuevo Mundo.
 
El Río, eje vertebrador de las tierras que cruza, no sólo ha sido la vía de acceso al interior de su valle, y, al mismo tiempo, el camino de acceso al mar desde el interior de lo que hoy son las provincias de Jaén o Córdoba, sino que ha representado un mecanismo de articulación del territorio y un verdadero motor y generador de culturas, facilitando el origen y desarrollo de no pocos núcleos de habitación humanos que hunden sus raíces en la Antigüedad y que hoy nos resultan tan familiares como la propia Sanlúcar de Barrameda, Chipiona, Trebujena, Lebrija, Coria, Sevilla, Alcalá del Río, Lora, Peñaflor, y así hasta aguas arriba de Córdoba, hasta tierras jiennenses. 
 
A este respecto, y sobre el papel que las aguas del curso bajo del Guadalquivir, ése que corre entre Sevilla y Sanlúcar, llegaron a tener en los momentos en los que el orbe terrestre se dobló, gracias a Colón, y se hizo definitivamente esférico, gracias a la indefinible por enorme hazaña del que habría de ser el Primer Viaje Alrededor del Mundo, bastaría precisamente recordar que desde aguas y riberas sanluqueñas partió y que aquí regresaría la expedición que daría forma y fin al Orbe mundial, la primera Circunnavegación del Globo, comandada por Magallanes y Elcano, para asentar sólida e indiscutiblemente todo lo que venimos diciendo, dando sello y timbre de irrefutabilidad al peso y valor de las cuatro sílabas que, en castellano, conforman el nombre árabe del Gran Río.
 
A las orillas del viejo Guadalquivir, el antiguo Baetis de los romanos, que antes fuera el Tartessos, y antes aún el Certis o Tertis, habrían de ver la luz los primeros asentamientos estables en el ámbito de lo que fuera el Lago Ligustino desde los tiempos que damos en llamar Prehistoria, y se desarrollaron las primeras sociedades territoriales, agrícolas y estables de este rincón occidental andaluz, a la vez mediterráneo y atlántico.
 
Las potencialidades y necesidades de este horizonte cultural protohistórico, tartésico, que se iría formando en las orillas del Guadalquivir no sólo se cifrarían en el ansia y la búsqueda de unos mayores niveles de lujo, un lujo que sería reflejo de la realidad económica de esta Sociedad a la vez que mecanismo ilustrador de la creciente y compleja jerarquización social, sino en la aparición y consolidación de unos niveles de riqueza superiores, todo lo cual acabaría por insertarse en unos horizontes históricos más amplios trascendiendo de lo local o regional.
 
Así, la realidad del fenómeno de la expansión y las exploraciones protagonizadas por elementos humanos procedentes del Levante mediterráneo se fundirían con el paulatino progresar de esta región del Occidente: las Columnas de Hércules, las navegaciones fenicias, los héroes fundadores griegos..., todo, desde Herakles a Elissa, desde Hannón hasta Argantonio, desde Tiro, Sidón o Bliblos hasta la presencia helena, vendría a tomar forma y a asentarse en las costas de Andalucía, y más especialmente, de cara a nuestro particular interés, en el Bajo Guadalquivir, un Bajo Gudalquivir que, por la existencia del viejo Lago Ligustino, abarcaba desde las moderna Sanlúcar hasta Coria, la antigua Caura de los romanos, y en cuyas orillas, como venimos señalando, pueden encontrarse algunos de los testimonios más antiguos y a la vez más consistentes, del poblamiento humano organizado en este Occidente a la vez mediterráneo y atlántico.
 
Al compás del río daría sus primeros pasos la agricultura en estas tierras y se forjaron esas primeras sociedades que habrían de configurar el horizonte cultural tartésico, ese reino mítico de Gerión, Gárgoris y Habis, con su leyenda, sus brumas mitológicas y sus feraces tierras; junto a las ondas del viejo río Tartessos, que es nombre a la vez del río y de su tierra, creció una cultura mítica, con sus leyes en verso y sus héroes excepcionales, una cultura capaz de hablar de tú a tú con fenicios, griegos y cartagineses, y aún con romanos, de entrar a formar parte de los referentes mundiales de las culturas del lejano Mediterráneo oriental, de entreverarse en sus mitos y de aparecer -cosa verdaderamente excepcional- en los párrafos del Antiguo Testamento con identidad propia.
 
Andalucía, antes incluso de ser Andalucía, y con ella el Guadalquivir, toman forma en la sinuosa Historia del Mediterráneo y entran de lleno a formar parte del pasado y el perfil de los antedichos fenicios, griegos y cartagineses, pero muy especialmente, y sobre todo, de Roma. La gran cuna y matriz de nuestra herencia cultural, Roma, esa Roma definidora que ordena el mundo conocido, que da nombre y forma a las cosas, que se amolda a nuestro Río para organizar las estructuras de su administración en el Sur de Iberia, ya Hispania, es quien de manera definitiva y con todo el brillo de su nombre introduce -a través de su tamiz- al Baetis-Guadalquivir, y con él a sus muy feraces orillas, en la gran Historia de la Cultura europea.
 
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