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Apuntes de Historia III
 
 
 
 
 
 
 
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20 de Enero de 2013
El Guadalquir. Razón e Historia(III)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Las navegaciones fenicias de época arcaica (con una cronología entre los siglos XII y VI a.C.), habrían de tener su plasmación material en las fundaciones míticas de núcleos poblacionales como los de Gadir, la actual Cádiz, en un contexto europeo, y de Útica y Cartago -literalmente, la “Ciudad Vieja” y la “Ciudad Nueva”- en el Norte de África, Motya en Sicilia y Karalis, la moderna Cagliari en Cerdeña. 
Esas primeras navegaciones fenicias habrían de verse sucedidas en el tiempo, y complementadas, por los periplos occidentales de los barcos cartagineses, esos periplos púnicos con almirantes como Hannón e Himilcón adentrándose en al Océano Atlántico para bordear África o alcanzar las “cumbres” marinas de los mares del Norte, hasta esas “Islas del estaño” que hoy, quizá, llamamos Gran Bretaña, y más allá, hasta los mares de Escandinavia... Igualmente, en el contexto de las navegaciones fenicias es oportuno mencionar las cabalgadas de los “hippoi gadeiritai”, los afamados “caballitos gaditanos”, llamados así por la efigie de una cabeza de caballo que ostentaban dichos barcos a modo de mascarón de proa y de seña identificativa de su origen y naturaleza, que habrían alcanzado incluso las riberas africanas del Índico bordeando la costa de África, todo lo cual habría de tener un reflejo material en la presencia cultural feno-púnica en la Andalucía Antigua. 

La antigua y mítica Tartessos iría paulatinamente adentrándeose en las brumas de la leyenda, dando paso a una realidad nueva, fruto de la fusión y mezcla entre los elementos autóctonos, con sus leyes en verso, su organización y estructura social y política y sus viejas tradiciones, y los visitantes orientales llegados ya para quedarse. El Tesoro de Évora, fruto del yacimiento homónimo, o el ya citado Santuario de La Algaida, ambos en nuestro término, vienen a constituir una muestra de esta nueva realidad, de este mundo en evolución que tendría otra de sus claves en este contexto geográfico inmediato de las Oras del Baetis y de las tierras emergidas en la Antigüedad y que hoy conforman el término municipal de Sanlúcar de Barrameda otra en el Santuario de la Lux Dubia, el Luciferi Fanum. 
 
Este Luciferi Fanum es una realidad de localización incierta, que a veces es identificado con el propio Santuario de La Algaida, mientras otras veces es situado en el promontorio de Sanlúcar que hoy, y desde tiempos históricos, configura el Barrio Alto de la localidad, su antiguo núcleo histórico medieval precristiano. Una vez más, como no podía ser de otro modo en un marco físico como éste, nos hallamos ante hitos esenciales como la navegación, la Venus Marina, Astarté y Tanit, que con sus templos y su presencia sagrada vuelven a proporcionar una referencia, una señal para los navegantes, tal y como en época ya histórica y bajo las águilas de Roma debía hacer igualmente la “Torre de Caepión”, la Turris Caepionis, hito que se encuentra en el origen de la vecina población de Chipiona.
 
Lo cierto es que el espacio que hoy ocupa el Barrio Alto de la localidad, esa Acrópolis de perfiles medievales, presidida por monumentos como la iglesia de la O, el Palacio Ducal de Medinasidonia o el Castillo de Santiago, tiene mucho que contar sobre el pasado más remoto de los tiempos históricos en la Sanlúcar anterior a Sanlúcar, de ese “Lugar Sagrado” cuya memoria ha quedado impresa en el propio nombre de la ciudad y en su perfil histórico.
Volviendo al río, las notas, referencias e informaciones que nos proporcionan las fuentes literarias antiguas sobre el Baetis, sus bocas y su ámbito inferior, pese a lo que señalan los párrafos de Pomponio Mela sobre el Guadalquivir antiguo, resultan relativamente escasas; de hecho, una vez descrita la naturaleza de uno de los dos golfos que menciona en la costa occidental de la Bética, que sería el correspondiente a la Bahía de Cádiz, sobre el “Mar Atlántico” (Mela, Chorographia, III.3.).
 
Pomponio Mela, autor latino natural de Tingentera (núcleo urbano emplazado en la vertiente occidental de la moderna comarca del Campo de Gibraltar cuya identidad se han disputado históricamente las ciudades de Algeciras y Tarifa) se limita -tras un recorrido literario que le lleva a mencionar la existencia de diversos hitos y enclaves como el “puerto Gaditano”, el bosque Oleastro, el “castellum” Ebora (ya en el ámbito de las tierras sanluqueñas) y, más lejos de la costa, la colonia Hasta, para luego seguir con el templo de Juno (el Santuario de la Lux Dubia) y el ya citado “Monumentum Caepionis”, elevado sobre una roca- a hacer mención del río Baetis, el cual, de acuerdo con el referido Mela y ya en época romana, surgiría de la provincia Tarraconense, fluiría por medio de la Bética (“por un solo lecho”, de acuerdo con el tingenterano) para finalmente y “...a poca distancia del mar...” formar un lago del que saldría tras dividirse en dos brazos igualmente considerables e imponentes (Mela, Chorographia, III. 4-5). 
 
Es ésta la información de más relevancia y entidad que nos proporciona el de Tingentera sobre el Baetis-Guadalquivir; no habremos de encontrar en los textos de Mela mención alguna acerca de las posibilidades de navegabilidad del río, ni de las ciudades que atraviesa, ni tampoco sobre las relaciones económicas que dicho curso agiliza -cuando no directamente permite y origina. 
 
Tampoco cabe calificar precisamente como abundante la información que sobre el ámbito geográfico de la desembocadura del Baetis, el Lago Ligustino y la Bahía de Cádiz (espacios hermanos en la Antigüedad) nos proporciona el mencionado Pomponio Mela; en efecto, si por su parte Festo Avieno menciona la existencia del lago de la desembocadura del Baetis y lo llama Lacus Ligustinus (en so obra Ora Maritima, verso 284), Mela por su parte (en su Chorographia III.4) recoge la existencia del bosque (el “lucus”, término con una clara connotación sacra: “lugar sagrado”) “Oleastrum” en la tierra firme -la costa continental- de la Bahía gaditana, al margen de lo cual -y en relación con el tema que nos ocupa- se limita a mencionar (III.5) la existencia de un “gran lago” en la desembocadura del Baetis (en la misma línea que seguirá más tarde Festo Avieno), sin proporcionar mención expresa del nombre del mismo. Por su parte, Claudio Ptolomeo (en su Geografía, II.40.10) señala asimismo la existencia de un bosque de olivos silvestres, esto es, el acebuchal u “Oleastrum”, con lo que parece refrendar lo que señala Mela, o apoyarse en lo dicho por aquél. 
 
Por su parte, Plinio (Cayo Plinio Vetus, Plinio el Viejo), además de hacer mención del citado bosque “Oleastrum” (En su Historia Natural, III.15, redactada a mediados del siglo I d.C.) especifica, al ubicar geográficamente el emplazamiento de la ciudad de Gades, (N.H., III.7) que la tierra firme situada frente a ella recibía el nombre de costa “Curense”, al tiempo que realiza una breve al tiempo que gráfica puntualización relativa al aspecto y la apariencia física de dicha costa, tildándola de “litus Curense inflecto sinu” (lo que podría traducirse como “la costa curense de curvado seno”), sin entrar en ulteriores detalles acerca de la naturaleza de las tierras y su relación con el mar. 
 
En efecto, si bien algunas fuentes antiguas como Festo Avieno, Pomponio Mela o Plinio Vetus pasan -podría decirse así- “de puntillas” sobre la costa del antiguo Lago Ligustino, por el río Baetis en su desembocadura y las orillas del mismo, habría de ser otro autor, el griego Estrabón, natural de la ciudad de Amasia en el Mediterráneo Oriental, y cuyas precisiones acerca del empleo de los canales y esteros de la marisma del Baetis para la navegación se están viendo confirmadas por los hallazgos y estudios arqueológicos en la zona, quien venga a proporcionarnos un mayor, más detallado y colorido conocimiento acerca de la naturaleza y las características del lugar.
 
 
 
 
 

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