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Apuntes de Historia XII
 
 
 
 
 
 
 
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24 de Marzo de 2013
Aristocracia, nobleza, Guzmanes. Un apunte (II)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-En los párrafos anteriores de esta serie abordábamos con estos apuntes el argumento de la naturaleza del Linaje de Guzmán desde las perspectivas que podríamos citar como aristotélica-aristocrática, de una parte y nobiliaria, de otra. Tratábamos acerca de las conexiones de la Casa con tierras de allende los mares, desde el Norte bretón y britano hasta el Levante mediterráneo, así como del fundador del Linaje, de aquél que sitúa e introduce a los Guzmán en la Historia, Alonso Pérez, “el Bueno”, ejemplo de aristócrata y de noble de su época, que participa de la ética y la estética de los señores de la Europa cristiana medieval.

En este sentido, cabe señalar precisamente que la estética del linaje de Guzmán presenta analogías simbólicas con el Antiguo Testamento y el Mundo Mediterráneo antiguo, unas analogías que se encuentran en la mismísima raíz del mérito de la Casa, en el mismo “momentum” y causa de su trascendencia no sólo histórica sino simbólica: en el tema del sacrificio del hijo, que habría de ser hito y mito fundacional al tiempo que seña de identidad de la Casa de Guzmán.
 
En el tema del sacrificio del hijo se condensan Abraham y Jacob (y los altares de los sacrificios a los Baales que tanto aparecen en las páginas del Antiguo Testamento suscitando la ira de Yahvé), de una parte, Agamenón e Ifigenia de otra, y el sacrificio Molk de los cartagineses por otra (ritual, objeto de intenso debate historiográfico y que horrorizase a los autores latinos, por el que se ofrecía a los dioses el hijo ya muerto, o previamente sacrificado, y que ha dado lugar, de una parte a una tipología específica de cementerios infantiles, los tephatim (en singular, tophet), localizados especialmente en el ámbito del Mediterráneo Central, siendo el más significativo el de la propia Cartago, y de otra a toda una literatura (no sólo de naturaleza histórica) sobre el tema, de lo que como muestra, señalaremos tan sólo la magistral obra Salammbô de Gustave Flaubert, retrato novelado y dramatizado, fruto literario de la Europa Romántica, de la realidad cartaginesa en su momento de mayor crisis y quiebra como consecuencia de los enfrentamientos con Roma.
 
Sobre todo, el tema del sacrificio del hijo viene a ser el tema de la lealtad y la responsabilidad por encima de los intereses individuales: la nobleza se define por su adscripción al grupo, al que lidera. De este modo, grupo y liderazgo son, igualmente, elementos definitorios de la nobleza, y la lealtad del (y hacia el) linaje (lealtad materializada en el sacrificio del hijo) es una de las base de la autoridad del mismo (del linaje en sentido colectivo y del noble en sentido individual) en el seno del cuerpo social extenso en que se inserta.
 
En el tema del sacrificio del hijo se encuentra asimismo un exemplum al que recurrir: el tema de la construcción de las imágenes de identidad en la Roma Antigua especialmente, pero, por extensión, también en el marco referencial del Mundo Clásico Mediterráneo, encuentra una de sus bases en la elaboración de exempla (caso de Cincinato, los Horacios, los propios Rómulo y Remo…), en un proceso de construcción de imágenes ejemplares que supone además la forja de referentes para el cuerpo social romano y que se renueva con el tiempo: así los Épodos y las Odas de Horacio, en honor a Augusto, o las enseñanzas de Séneca y el empeño de Marco Aurelio por crear el príncipe ideal, tantos siglos antes de Maquiavelo.
 
La nobleza europea será heredera de dichos modelos ejemplares clásicos, de los que, en el fondo, proviene y con los que tenderá a identificarse como método de afirmación de sí misma como élite, como “cuerpo superior” del marco social, los hará suyos, construirá con ellos un modelo ideal, plasmado y representado en los códigos e ideales caballerescos, y continuará con el proceso de formación de “imágenes referenciales” para el imaginario colectivo, creando y ensalzando imágenes al tiempo míticas y reales, heroicas en todo caso, como las de Arturo, Carlomagno, Roldán, Guzmán el Bueno…), y todo ello santificado por el orden moral del cual entraban a formar parte y pasaban a contribuir a cimentar, un orden moral y social garantizado a su vez por la cobertura que le prestaba la Iglesia, o, dicho de otro modo, un orden social cuyos entresijos venían a encontrar su correspondiente en el orden moral sacralizado por el orden religioso.
 
Otra figura clásica que se condensa igualmente en el linaje de Guzmán es la del héros, el héroe, que afronta su destino trágico y sucumbe al mismo dejando huella de su gloria en forma de Memoria -de Historia, de relato- como Aquiles, Agamenón, Héctor o Patroclo, o que triunfa -como el aqueo Diomedes Tidida u Odiseos-Ulises, retratado en su relato, la Odisea- y deja igualmente huella de su triunfo, especialmente por la rotundidad, la dificultad y lo sacrificado del mismo.
 
La lucha contra la Moira adversa, aquello que el romano conoce como Fatum y nosotros como Destino, y, ocasionalmente, la superación de las dificultades hasta la afirmación del héros como tal, procuran al héroe la gloria inmortal materializada en la trascendencia histórica, en la memoria colectiva, en cuyo bagaje se inserta con toda su ineludible carga trágica y dramática. Agamenón, Odiseo, Diomedes, Aquiles, son reyes, príncipes, nobles, en último extremo, por linaje, pero al tiempo son héroes a su vez por méritos propios, por condición y méritos: en el caso de algunos -como Odiseo- por capacidad propia; en el caso de otros -como Aquiles- como consecuencia de una elección: Aquiles no ha hecho nada para ser héroe, sólo -y como si fuera poco- ser hijo de quien es y, finalmente, decidirlo (decidirse por una vida breve premiada con la trascedencia); de otra parte, Odiseo-Ulises es un héros precisamente porque triunfa al superar las adversidades; Diomedes, por su parte, lo es porque se enfrenta a lo que como ser humano mortal le supera -esto es, a dioses como Afrodita y Ares, a los cuales incluso encara y derrota en combate singular ante los muros de Ilión-Troya- y obtiene la victoria gracias a su valor, su fuerza y su convicción, su fe en sí mismo, su fe en el Hombre, en definitiva.
 
En otro orden de cosas, y volviendo al eje argumental principal que nos viene ocupando en los precedentes (y anteriores) párrafos, es posible señalar igualmente que la Casa Ducal de Medina Sidonia fue la primera como tal en Castilla: los Guzmanes, en el camino de consolidación de su “nobilitas”, habrían de ser los primeros en recibir el título de “duques” en la Monarquía castellana, título (el ducal) que constituiría el escalón más alto de la pirámide nobiliaria en Castilla (y, por extensión, en los reinos hispánicos, desde el portugués hasta el mallorquín desde la Edad Media); es menester apuntar que el de “dux” es un título romano a la par que un grado militar bajoimperial, equivalente al de un general con mando sobre los ejércitos, propio de época tardoimperial y bizantina, que entronca, pues y asimismo, con la Antigüedad clásica, y que subyace bajo denominaciones históricas tales como la de los Dogos de Venecia o, ya en época contemporánea, el título de “duce” ostentado por Mussolini en la Italia fascista, en el segundo cuarto del siglo pasado.
 
De una u otra forma, con los Guzmanes, su condición nobiliaria y su origen, nos hallamos ante un retazo de la Antigüedad pasado por el tamiz de lo heroico, lo nobiliario, lo aristocrático, lo medieval. Todo ello nos acompaña bajo la forma de piedra visible en monumentos como Las Covachas, en las iglesias guzmanas que salpican las calles de las zonas más antiguas de nuestro Casco Histórico, en el Castillo de Santiago, en el Palacio Ducal de Medina Sidonia. Y de tal guisa sigue estando presente en nuestro imaginario colectivo al tiempo que en nuestro paisaje cotidiano sanluqueño, aún.

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