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Apuntes de Historia XVII
 
 
 
 
 
 
 
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28 de Abril de 2013
Sanlúcar, cosmódromo de la modernidad
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Como ya viéramos en algunos artículos precedentes a éste, aparecidos en esta misma serie de “Apuntes de Historia”, el río, el gran río -pues eso quiere decir su nombre en árabe, “Guadalquivir”- y las tierras que lo abrazan, son una sola cosa, una realidad que trasciende lo meramente geográfico para ocupar un espacio propio, luminoso y cargado de esencias, en la Historia -con mayúsculas- de la Humanidad.
Nunca insistiremos bastante en el papel que el río Guadalquivir ha jugado históricamente -y juega en nuestros propios días- como agente definidor del espacio en el que nos encontramos, como elemento moderador del paisaje, diseñador de los perfiles de nuestras tierras, de los caracteres de nuestra gente, de los desempeños, actividades y faenas que han conformado la realidad económica, cotidiana, de quienes nos han precedido en estas tierras, playas, costas y lomas.

Certis, Tertis, Tartessos, Baetis, Wad al-Kebir, Guadalquivir, y los nombres por venir, son todas denominaciones que buscan traducir a la escala humana ese milagro natural que representa el curso de nuestro río, de esta maravillosa fuente de vida -verdadera fuente de la eterna juventud, fuente Castalia del lejano Occidente, que hace de Andalucía, tierra tan antigua, una comunidad siempre joven y fuerte- y que da forma a una región histórica, a una comunidad en el tiempo y el espacio que casi no necesita tarjeta de presentación…
 
Al calor del río nacieron las primeras poblaciones con entidad; al calor del río, se presentó la primera agricultura en nuestra tierra; al calor del río se formaron las primeras sociedades territoriales organizadas, articuladas y enraizadas en el paisaje; al calor del río encontramos aTartessos(nombre a la vez del río y de su tierra), con su leyenda -anclada en las brumas de un tiempo casi anterior a la Historia- de leyes en verso, héroes legendarios, animales mitológicosy hombres excepcionales cuyos nombres forman parte de nuestro imaginario cultural colectivo, como los Geriones o los Argantonios…
Y todo al calor del río: al calor del río, la entrada de Andalucía en la Historia del Mediterráneo, de la mano de los fenicios y sus nietos cartagineses; al calor del río, Roma. Roma que da nombre a las cosas y las hace presentes en la Historia de la Cultura europea, al calor del río el contacto entre el interior de la vieja Hispania y el Islam magrebí, al calor del río las incursiones de hombres del Norte por nuestras tierras, al calor del río la reentrada del reino de Sevilla, y con él, andando el tiempo, de Sanlúcar, en el contexto cultural europeo, sobre los cascos de los barcos de Bonifaz…
 
Roma, poder emergente de la Antigüedad, encuentra -en su camino de éxito- al Baetis y organiza el territorio en torno suyo, dando carta de naturaleza administrativa a lo que era, desde siempre, una realidad naturalmente asumida y vivida como tal por los habitantes de la región: el romano Augusto, ya emperador, crearía la provincia de la Bética antes incluso de que comience nuestra Era, nuestra forma de organizar el tiempo, dando forma a una entidad administrativa que recoge en sus lindes lo que puede a todas luces considerarse el embrión de la actual Andalucía, con el río, el gran río, el Pater Baetis, como verdadero eje articulador del territorio y alma mater de la nueva estructura administrativa imperial en este Occidente peninsular ibérico.
 
Roma, pues, se funde con las aguas de nuestro río para crear un espacio administrativo enorme, la Bética, que es la forma con la que Andalucía se presenta ante la Historia por primera vez, con unos límites definidos y establecidos, si bien de manera aún embrionaria, y muy lejos de la identidad estatutaria, cultural e identitaria con la que hoy cuenta. Es, precisamente, el río Guadalquivir, el elemento definidor de la tierra bética (a la que no me atreveré a llamar andaluza, por cuestiones cronológicas para empezar), el que le da forma y la proyecta con entidad y unidad hacia la Historia. Y en el río Betis, el Luciferi Fanum, ese “Lugar Santo” que andando el tiempo daría origen, nombre y hasta quizá forma a la actual Sanlúcar, y que formaría parte de su memoria colectiva, de su identidad en el tiempo...
 
El río es, históricamente, tradicionalmente, puerta de Hispania y de Europa, y ventana hacia África y América, habiendo amparado la navegación, que es el mecanismo universal de contacto entre sociedades humanas distantes entre sí, desde la Antigüedad hasta nuestros días. Por ello, trirremes fenicias, pentarremes cartaginesas, galeras romanas, dromones bizantinos, naves magrebíes, carracas, carabelas y naos españolas, portuguesas, genovesas..., todas -y todos los que las guiaban, pilotaban y vivían- surcaron sus aguas, unas aguas que dieron forma y sustento a los primeros pasos de tantos y tan enormes descubrimientos geográficos, que es decir científicos.
 
El río Guadalquivir, y en su desembocadura, Sanlúcar de Barrameda, son un verdadero “cosmódromo” de la Humanidad (como lo definiera el florentino profesor y marino F. Bazzanti), de la Historia, de la Antigüedad, de la Edad Moderna, de la Era de los Descubrimientos. Si ya en época romana el río Baetis servía como “lanzadera” para las producciones agrarias de la región, en el tránsito entre la Edad Media y la Edad Moderna, a caballo entre los siglos XV y XVI, se producen algunos de los acontecimientos que marcarían, de manera indudable, un cambio de rumbo en la Historia de la Humanidad, y nuestro río alcanza su cénit histórico.
 
Entre esos avances y cambios históricos del fin de la Edad Media podemos reseñar la caída de Constantinopla en 1453 en manos de los turcos, lo que modificaría para siempre el perfil de una parte de Europa, los Balcanes y el Oriente mediterráneo; otro hecho a mencionar sería la invención de la imprenta por Gutenberg, lo que permitiría la extensión del conocimiento merced a la posibilidad de reproducir los textos, los libros, como nunca antes había sido posible, aumentando exponencialmente el volumen y peso del conocimiento al alcance de la sociedad europea de la época.
 
Pero sin lugar a dudas, serían las exploraciones oceánicas las que marcarían el ritmo de esos cambios históricos, al permitir la ruptura de barreras y fronteras físicas y mentales para los europeos del momento: el mundo, de repente, se hizo mucho más grande, y Europa pudo conocer, gracias a los exploradores portugueses y castellanos, tierras desconocidas para la generalidad de los mortales: las costas y el Sur de África, el Oriente africano, el Océano Índico, la India, el Sureste asiático, Japón y China (que dejaron de ser Cipango y Cathay).
 
Las primeras exploraciones impulsadas por la Corona de Castilla, motor de las mismas entre los reinos hispánicos, junto a Portugal, partirían en los primeros momentos desde distintos lugares; así, al almirante Cristóbal Colón lo veremos zarpar desde las costas de Huelva y de Cádiz en sus cuatro viajes, y encontraremos ya en estos primeros tanteos exploradores, tan decisivos, que Sanlúcar de Barrameda comienza a jugar un papel destacado; desde aquí partiría el tercer viaje colombino en 1498, y a las aguas de Sanlúcar volvería el almirante de su cuarto y último viaje, en noviembre de 1502. Y desde esos primeros momentos, el papel de Sanlúcar de Barrameda como cabecera y punto de partida de los viajes de exploración no haría sino incrementarse y potenciarse.
 
Si hoy por hoy los grandes viajes son los espaciales, y sus cabeceras y puntos de partida llevan nombres como Baikonur o Cabo Cañaveral, en la Edad Moderna los grandes viajes serían los oceánicos, como la I Circunnavegación del Globo terrestre, y podemos señalar sin temor a equivocarnos que el gran cosmódromo y punto de partida de los mismos es, precisamente, Sanlúcar de Barrameda: desde aquí el descubrimiento de la tierra firme americana, la fundación de grandes ciudades como Buenos Aires o la Primera Circunnavegación de la Tierra. 

Sanlúcar y su territorio cuentan, a través de sus yacimientos arqueológicos, de su caserío urbano, de sus monumentos históricos y artísticos, la Historia de un abrazo singular y enorme: el abrazo entre las tierras, los hombres, la mar y el río, un abrazo hecho danza desde la Antigüedad hasta nuestros días, una danza cuyos pasos no son sino nuestra propia Historia como individuos y como grupo humano.


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