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Apuntes de Historia (XXVI)
 
 
 
 
 
 
 
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29 de Junio de 2013
Antonio Ponz, viajero en Sanlúcar (V)”
Manuel Jesús Parodi.-Hemos venido planteando y presentando en las anteriores entregas de esta miniserie de artículos que nos ha ocupado en las semanas precedentes (titulada “Antonio Ponz, viajero en Sanlúcar”) los apuntes y trazos del retrato que de Sanlúcar de Barramedarealizase un inspector estatal, el abate don Antonio Ponz, allá por la segunda mitad del siglo XVIII, el que sería llamado “Siglo de las Luces”, o de la Ilustración.
Este interesante personaje, secretario regio, miembro de varias Academias (entre las que se cuentan la Real de la Historia y la de Bellas Artes de San Fernando), ilustrado, historiador, sacerdote, funcionario al servicio del Estado, persona de total confianza de dos soberanos, Carlos III y Carlos IV, visitó nuestra ciudad a mediados-fines del siglo XVIII; Ponz estuvo en Sanlúcar de Barrameda al menos en dos ocasiones (algo que se desprende de sus propias palabras), aparentemente no vinculadas ni relacionadas entre sí, y distanciadas lo suficiente en el tiempo como para que en el testimonio de su segunda visita Antonio Ponz pudiera anotar los diversos cambios y mejoras que había apreciado en la ciudad respecto a la anterior ocasión en que recaló en la Sanlúcar del Setecientos.

Al menos una de estas visitas, la segunda, habría estado motivada directamente por razones de trabajo, esto es, se enmarca en el contexto del viaje general de inspección realizado por nuestro abate ilustrado a lo largo y ancho de los Reinos peninsulares hispanos, por orden de Carlos III, un encargo renovado por el hijo y sucesor del anterior, Carlos IV, bajo cuyo reinado se vería completada finalmente la edición de la voluminosa obra de Ponz, el “Viage de España” (sic), recogida en 18 volúmenes, como hemos tenido modo de considerar.
 
Como señaláramos en los artículos que componen las anteriores entregas de esta serie, don Antonio Ponz dedica varias páginas de su volumen XVIII (el último de la obra, publicado de manera póstuma y editado finalmente por el sobrino del autor, José Ponz, como sabemos) a considerar la realidad de la Sanlúcar de la época, enfocando las miras de su interés sobre determinados aspectos de la ciudad y de su entorno inmediato, los cuales encuentran su reflejo en el texto ponziano.
 
De las palabras que este inspector regio dedica a la ciudad, de su tono elogioso y de su carácter positivo se deja ver no sólo el cariño que Ponz sentía por Sanlúcar de Barrameda, sino que la población pasaba, en la segunda mitad del Siglo de las Luces por unos momentos de una aparente bonanza, incluso de lo que cabe considerar como un cierto esplendor y una relativa riqueza, que se reflejaban en el espíritu (y las formas) de los párrafos del tratadista.
 
La finca de El Picacho, el Coso o Coto de Oñana (denominación empleada por Ponz, que entendemos de la época, y bajo la que se encuentra el Parque Natural de Doñana), el Castillo de Santiago, diferentes iglesias y edificios religiosos de la localidad, con La O al frente, el estado general de la población, las Antigüedades de Sanlúcar y su territorio, La Barra del río, el Castillo del Espíritu Santo y el viejo y ruinoso dique de sus inmediaciones, los cultivos del término, el maremoto de 1755 o el pasado señorío de la Casa de Guzmán y la incorporación de la ciudad a la Corona son algunos de los asuntos que Antonio Ponz recoge en sus páginas, con mayor o menor intensidad o brevedad, y de los que nos hemos hecho eco en los párrafos precedentes.
 
Hemos querido dejar para esta última entrega de la presente serie la consideración y atención que este autor presta a una de las citas obligadas en la Historia de la Humanidad y de los descubrimientos geográficos, que tuvo a nuestra ciudad como eje principal, como punto de partida definitiva y como punto de llegada, haciendo de Sanlúcar una suerte de alfa y omega físico de aquella gran ocasión, como es sabido. Hablamos de la Primera Circunnavegación de la Tierra, asunto al que también presta su atención este académico dieciochesco.
 
 En uno de sus párrafos (el 17 de la Carta IV, la que se ocupa de Sanlúcar) comienza una disertación sobre las grandezas de la ciudad en los siglos que le precedieron; señala así las “…gloriosas empresas de sus moradores…”, en referencia a las hazañas acometidas por sus habitantes, pasando a mencionar “…las célebres expediciones que desde aquí salieron para África, Canarias, Berbería, etc.”; deja constancia de esta escueta manera del rol desempeñado por Sanlúcar en la proyección atlántica y africana de las armas castellanas “…en los siglos quince y diez y seis…” (sic), cuando la ciudad se habría hecho merecedora de la calificación de “emporio”, en palabras del mismo Ponz.
 
En aquellos entonces a los que se refiere Ponz, lejanos incluso para nuestro autor, en Sanlúcar de Barrameda “…se contaban seis mil comerciantes…”, cifra no contrastada en el texto del “Viage” (sic) pero que rinde una clara idea de la riqueza comercial y la potencia que se le atribuye a nuestra ciudad en los momentos del tránsito de la Edad Media a la Modernidad y en los inicios de la época moderna.
Esta riqueza, que hundía sus raíces en la actividad generada por el comercio, por la proyección oceánica de nuestra localidad y la capacidad de sus gentes, habría beneficiado igualmente a las localidades vecinas, sobre las que se habría irradiado (por así decirlo) desde Sanlúcar (que ocupa un papel de centralidad en el entorno y en el discurso), de tal modo que nuestro autor no vacila en señalar que “…los pueblos cercanos eran muy opulentos”, en lo que podemos hallar una clara referencia al resto de las localidades de la comarca, como Trebujena, Chipiona o Rota y su situación de bonanza económica en el Cuatrocientos y el Quinientos.   
 
Esta digresión sirve a Ponz de introducción para el tema principal que quiere desarrollar en estos párrafos: el Viaje de Magallanes-Elcano; señala nuestro abate que en Sanlúcar “…se equiparon aquellas cinco naves con las que el celebre Fernando Magallanes dió la vuelta al mundo, saliendo de San Lucas en 10 de Agosto de 1519, de cuya empresa, hasta entonces no vista, volvió a este mismo Puerto, con solos diez y ocho hombres, su compañero Sebastian Cano, Vizcaino, con la única nave que había quedado, llamada la Victoria, el 8 de Septiembre de 1522, habiendo perecido Magallanes en un combate en la Isla de Cebú, una de las Filipinas…” (sic).
 
Abundando en el discurso, señala Poz que la “…nave Victoria fué la primera que dió la vuelta al Globo, habiendo navegado en dicho viage catorce mil quatrocientas y setenta leguas con solos diez y ocho hombres” (sic). Por ello, y como reconocimiento al papel de Sanlúcar en esta magna ocasión, el emperador Carlos V, impulsor del viaje, dispuso que “…la expresada nave de la Victoria quedase aquí en perpetuo reposo para memoria del suceso, y duró muchos años, hasta que se fué cayendo á pedazos” (sic).
Resulta interesante el dato que aporta Ponz sobre el final de la Nao Victoria, cuyo fin último se encontraría, por mandato de Carlos V, en Sanlúcar hasta que el tiempo (y cabe presumir, si seguimos a Ponz, que la incuria) finalmente hizo mella en sus estructuras y acabó por mandarla al pozo de la Historia.
Con este significativo apunte pondremos punto y final a la atención que hemos venido prestando a los párrafos del “Viage de España” (sic) del abate Antonio Ponz. Resulta especialmente significativo, por ejemplo, por lo que revela sobre el final de la Nao Victoria, condenada al polvo del olvido como tantos otros hitos y logros de nuestro pasado. Es de esperar que en nuestro futuro, la hazaña de Magallanes-Elcano reciba mejor pago del recibido por la nave que cumplió con la proeza de dar la primera vuelta completa al Mundo.

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