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Revista Onoba I
 
 
 
 
 
 
 
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28 de Junio de 2013
Revista Onoba 2013, Nº 01  (I)
Resumen
A lo largo de la primera mitad del siglo XX se desarrollaron en el Norte de Marruecos y en el seno 61 de la administración conjunta hispano-marroquí del Protectorado ejercido por España sobre dichos territorios las estructuras de gestión del Patrimonio Arqueológico de dicha Zona. En los párrafos de este artículo abordaremos el paulatino proceso de construcción de dichas estructuras, que marchó en paralelo al desarrollo de los trabajos de investigación de campo y, en buena medida, de forma subsiguiente a los mismos.
Algunas notas sobre arqueología y colonialismo. la zona espa ñola del protectorado marroquí, 1912-1945
Enrique Gozalbes Cravioto Universidad de Castilla-La Mancha, Manuel J. Parodi Álvarez Universidad de Cádiz, Javier Verdugo Santos Consejería de Cultura, Junta de Andalucía.
Algunas notas sobre arqueología y colonialismo
Manuel Jesús Parodi Álvarez, coautor.-Marruecos habría de constituir uno de los últimos capítulos del reparto colonial del Norte de frica (junto a Libia y el especial caso egipcio). Pese a su situación permanente de crisis, causada por la debilidad de su Estado, el Imperio Cherifiano arrastraba una larguísima tradición, varias veces centenaria, de organización nacional, por lo que no podía asimilarse sin más como simple colonia.

Este hecho histórico, más mal que bien, también había influido de alguna manera en la arqueología, si bien de forma bastante marginal. Aunque la organización dela arqueología, como todos los sistemas de un país moderno, fue implantada por la administración del Protectorado, por los franceses y los españoles en sus respectivas zonas, lo cierto es que alguna muy débil tradición existía al respecto en el país.

No vamos a remontarnos en el tiempo, por ejemplo a los permisos concedidos a diferentes viajeros en el siglo XVIII para la visita de restos romanos en Volubilis (Euzennat, 1956). El inicio de la arqueología de campo, más allá de las percepciones de los viajeros y datos sueltos de diplomáticos,
se produjo con las actuaciones del cónsul francés Charles Tissot, un personaje muy importante (era también doctor en Historia) que previamente había realizado una relevante labor arqueológica en Túnez. Entre 1870 y 1874 el gobierno del Sultán protegió al diplomático francés Charles Tissot, dotándolo además de una guardia para su seguro, en los distintos recorridos en busca de restos romanos (Rebuffat, 2000).

En la misma época, por el contrario, otro diplomático, el español Teodoro de Cuevas, en sus recorridos arqueológicos y geográficos por el Norte del país, donde también localizó bastantes vestigios antiguos,
tenía que contratar en cada caso una guardia armada, y se veía muchas veces ante el peligro (Gozalbes, 2005; 2008a). Ello imposibilitaba la realización de los estudios, más allá de Tánger, puerto de entrada en el país, que era abierto y seguro para los europeos.

Década y media más adelante otro diplomático francés, Henry de la Martinière, siguió la estela de Charles Tissot, pero como el grado de seguridad había mejorado algo, pudo desviarse algo más (no mucho) de la ruta principal. En sus memorias sobre Marruecos, Martinière recordaba que en los desplazamientos por el país precisaba de llevar una carta del Sultán que era un pasaporte para los “pachas”  o gobernadores, ordenando se le atendiera y diera facilidades para su misión, pero aclaraba que ese documento, precioso en unas zonas, era absolutamente inútil donde se hallaban “tribus insumisas”. Lo principal fue que terminó por conseguir del Sultán una orden escrita (un Firman), el único de su género, que autorizaba la realización de excavaciones arqueológicas, y facilitaba la contratación de trabajadores y la seguridad de los trabajos. Dichas excavaciones oficiales se realizaron en 1891 y 1892 en
Volubilis y en Lixus (Martinière, 1919, 302 y ss.).

En los primeros años del siglo XX el Gobierno francés, previendo la futura colonización de Marruecos, decidió crear la Mision Scientifique du Maroc, con centro en la ciudad de Tánger.
Primero pondrá al frente de la misma al geólogo Gaston Buchet, que mostrará muchísimo interés por la arqueología, y más tarde (a partir de 1906) al sociólogo Edouard-Leon Michaux-Bellaire. La Misión realizará una gran labor en el terreno de la arqueología, con la metodología propia de la época, excavará en las grutas de Achacar (Neolítico y Prehistoria Reciente), en necrópolis de cistas de la Edad del Bronce (sobre todo en El Mries), así como en tumbas púnicas (Magoga Srira), de época mauritana (necrópolis de Marshan), así como en la necrópolis romana de Tánger, con resultados espectaculares para aquella época, y que dieron origen a las publicaciones científicas de arqueología de Marruecos (Gozalbes, 2008b).
En el resto del país, la descomposición del Estado, producida por implosión pero sobre todo derivada de las intervenciones europeas, alejaba de toda preocupación por los restos arqueológicos. Es obvio que la mentalidad estaba muy alejada de la atención, que seguía anclada naturalmente en la visión de los “tesoros”. Antigüedades que salían al mercado en Tánger o Larache, no digamos ya los millares de monedas antiguas (en Tánger en los siglos XIX y XX muchísimos europeos y norteamericanos formaron colecciones), salían irremisiblemente del país. En Volubilis y en Lixus había hornos de cal que aprovechaban los mármoles antiguos.

En todo caso, en estos últimos años el Sultán promulgó una orden en la que prohibía la realización de excavaciones y de búsquedas arqueológicas en el Imperio Cherifiano. Fuera de la excepción de Tánger, ello impidió la realización de estudios, problemáticos por las condiciones, pero no la actuación de buscadores clandestinos. En estos momentos salieron al mercado dos tesorillos de monedas,de características bien diferentes. El primero hacia 1906, de moneda cartaginesa de la época de la segunda Guerra Púnica, conocido como “Tesoro de Tánger”, y que tan sólo sería publicado en 1999 por Leandre Villaronga. El segundo muy poco tiempo más tarde, un tesoro de varios miles de monedas del rey Juba II, de los primeros años de la era cristiana, y que aunque se difundiera como “tesoro de Alcazar(quivir)”, hoy sabemos que el hallazgo se produjo en los alrededores de Banasa.

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