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Revista Onoba III
 
 
 
 
 
 
 
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14 de Julio de 2013
Revista Onoba 2013, Nº 01  (III)
Manuel Jesús Parodi Álvarez, coautor.- Así pues, pese a lo espectacular de las novedades,lo cierto es que la arqueología francesa enMarruecos hasta las vísperas de la Segunda GuerraMundial se benefició de la experiencia previa en Túnez y Argelia, con la escuela de Gsell, pero tuvoresultados mucho más limitados. Aún y así, los Enrique Gozalbes Cravioto • Manuel J. Parodi Álvarez • Javier Verdugo Santos 265 Revista Onoba, 2013, Nº 01 mismos eran absolutamente inalcanzables para los españoles, que carecían de esa experiencia, y sobre todo, de un personal universitario suficientemente formado. Después del Dahir de 1913 la administración española se centró en una labor importante, la organización de la enseñanza, en la que ocupó sus limitados impulsos. Esa labor regeneradora fue destacable, con resultados apreciables, y a ella dedicó lo más granado de la intelectualidad oficial española,pero agotó las fuerzas del débil aparato cultural español.

La única actividad en esta época consistió en parar en Lixus la actuación devastadora de una empresa alemana, que para obtener piedra y emplearla en la construcción del puerto de Larache, utilizaba como cantera la zona de necrópolis Norte de la época romana. Por otra parte, la “limpieza” o desbroce del impracticable campo de ruinas que hacía imposible su visualización y dificultaba la visita, tuvo unos resultados bastante agresivos, como denunció con notable exageración Martinière en una estancia en el lugar: je me suis représenté ce qui serait passé si Lixus avait eu la fortune d´être compris dans le territoire de notre protectorat, donde consideraba que existía una administration éclairée que desarrollaba juiciosos  trabajos científicos (Martinière, 1919, 324). Debe tenerse en cuenta que el autor pertenecía desde antiguo al sector que se oponía a que España pudiera tener presencia en Marruecos.

Pasaban los años, y mientras los franceses presumían de labor arqueológica, los españoles no podían

enseñar nada. En abril de 1919 se creó la JuntaSuperior de Monumentos Históricos y Artísticos de Marruecos (JSMHAM), siguiendo el modelo de la metrópoli, que era el organismo encargado de velar por el cumplimiento del Dahir de 1913 (¡seis años antes!). Mientras la administración había emprendido

la restauración de mezquitas, que iba por su cuenta como edificios religiosos marroquíes en uso, y de algunas zonas de murallas, en concreto en Arcila y en Tetuán. En 1921 la JSMHA de Marruecos realizó la primera iniciativa de carácter arqueológico: encargo a un explorador, César Luis de Montalbán y Mazas, la exploración arqueológica del valle de Tetuán.

Por mucho que Montalbán hubiera visitado Troya, Micenas o el Machu Picchu, en sus recorridos por el Mundo desde 1902, y que su amigo Roso de Luna lo hubiera aficionado a la “arqueología”, era totalmente lego en ciencia arqueológica. Aún y así logró reconocer algunos restos importantes, y sobre todo localizó la ciudad antigua de Tamuda, en la que desarrolló excavaciones en 1921 y 1922. El ambiente en el que se desarrollaron las excavaciones es narrado por un viajero, que estuvo un par de semanas en el campamento (Cabrera, 1924), y refleja la inseguridad del momento, época del desastre de Annual, y un Tetuán batido por el cañón de los rifeños, solo salvado por la defensa de la posición de Kudia Tahar, a escasos kilómetros de las ruinas, todo ello aderezado con los relatos continuos y apasionados de Montalbán sobre sus estancias en diversos lugares de todo el mundo.Montalbán escribía de sus excavaciones unas Memorias, que distaban en todo de ser lo que entendemos por una Memoria Arqueológica, siempre repletas de detalles, anécdotas y digresiones que remotamente vienen al caso. Pero no las publicó porque, en realidad, no eran presentables. Si conocemos la realidad de los primeros hallazgos realizados es sobre todo por el doctísimo informe que realizó en una visita Manuel Gómez Moreno (1922), y de forma subsidiaria, por algunos detalles recogidos por un erudito portugués poco tiempo más tarde (Fomtes, 1924; Gozalbes, 2009). En el año 1923 Montalbán inició las excavaciones en Lixus, que en años sucesivos dirigió en la zona del Foro romano (después identificado por Ponsich como “zona  de templos), en las necrópolis, y sobre todo, en el formidable conjunto industrial de las fábricas de salazón de pescado de época romana que, por cierto, durante la mayor parte del tiempo identificó como

almacenes del puerto. Montalbán fue primero nombrado Asesor de la Junta, en 1922, y a partir del año 1926 “Inspector de Excavaciones”. En 1927 se benefició de la prospección de vestigios paleolíticos realizada por Hugo Obermaier (que identificó una quincena de estaciones de superficie con materiales desde el Paleolítico Inferior al Epipaleolítico), de quien aprendió algo de tipología de sílex y cuarcitas, y en esos años realizó otras exploraciones. La JSMHAM estableció una primera exposición permanente, a la que tuvo tendencia de llamar Museo Arqueológico de Tetuán (avant la lettre), primero con los restos de Tamuda.

En realidad el Museo Arqueológico de Tetuán, en un local propio, fue inaugurado en noviembre  de 1931, ya bajo la Segunda República, y cuando de forma definitiva se recogieron en el mismo los materiales de Lixus. No puede extrañar en la medida en la que el Museo Arqueológico de Rabat no se 266 Algunas notas sobre arqueología y colonialismo Revista Onoba, 2013, Nº 01 creó hasta esa misma época (1931-1932), por traslado del Service des Antiquités desde Volúbilis.

En lo que respecta a la arqueología prehistórica, en principio la misma estuvo al margen del interés de las autoridades, por cuanto presentaba un menor interés colonial en la propaganda francesa y subsidiariamente española. Existieron no obstante algunos pioneros, como Louis Siret (que aprovechó alguna estancia como ingeniero de minas para realizar prospecciones), o el referido Obermaier en actividad puntual en la zona de Larache-Arcila y Tetuán. Pero sobre todo debe tenerse en cuenta la actuación de dos aficionados muy entregados a la labor, el sacerdote castrense Henry Koehler (que también publicó muchos trabajos sobre el cristianismo en Marruecos), y el entomólogo Maurice Antoine. Ambos participaron junto a otros aficionados en la creación de la Société de Préhistoire du Maroc (1926), que comenzó a publicar un Bulletin en el que se darían a conocer infinidad de estaciones de superficie. Pese a todo, como diría en broma Antoine, en esas fechas había en Marruecos una Sociedad de Prehistoria, pero sin la sombra de un prehistoriador.

Esta primera época de la Société de Préhistoire du Maroc entraría en el descrédito científico, salvado sólo después de la Segunda Guerra Mundial, por la asunción de muchos de sus integrantes de las creencias en la existencia de los Atlantes (que por cierto, Montalbán también compartía).

En todo caso, Antoine prospectó determinadas regiones de Marruecos, con el hallazgo de decenas de estaciones de superficie prehistóricas, teniendo especial potencia los estudios realizados en la Chaouia (región de Casablanca). El P. Koehler también  prospectó en superficie, identificó industrias en unos momentos en los que se estaba produciendo su sistematización definitiva en el Magreb (no se produjo hasta los años treinta), y actuó de forma importante al respecto en el territorio de Rabat, y en el de Tánger a Larache (que no publicó, pero donde localizó 18 estaciones). Lo más importante de su actuación fue, sin duda, el estudio de algunas tumbas de la prehistoria reciente en la zona de Tánger, y sobre todo, la excavación en una de las grutas de Achacar, que le permitieron por vez primera identificar la existencia del Neolítico Antiguo (cerámica cardial).

No obstante, la importancia de los hallazgos en Argelia, las dimensiones que la Prehistoria más antigua estaba tomando en el África central de colonización inglesa, relanzó el reconocimiento de la Prehistoria, puesto que la misma comenzaba primero a abrirse un hueco, y luego a ocupar una posición estelar en las disciplinas colonialistas (Robertshaw, 1990). El cambio fue drástico y la administración francesa del Protectorado decidió reconocer y dar estatus oficial a la prehistoria, con lo que precedía los grandes descubrimientos de Cuaternario magrebí. 

Fue en 1932 cuando se produjo en Marruecos ese reconocimiento con el nombramiento de Armand Ruhlmann como inspecteur des antiquités préhistoriques del Service des Antiquités. En realidad, cuando llegó a Marruecos, en plena juventud, Ruhlmann sólo había trabajado en el mundo protohistórico y en el de la época romana (Antoine, 1951, 89-90). Desde sus primeros trabajos en Marruecos lograría el reconocimiento como especialista en Prehistoria (recién creado en Francia), y la primera tesis doctoral sobre prehistoria marroquí con la investigación sobre las grutas de El Khenzira en la zona de Mazagán, publicada en 1936.

Su trabajo era el característico de la época, por lo que aportó como novedad fundamental el trabajar siempre con geólogos (más adelante lo haría con René Neuville, llegado en 1940 del destino consular en Gibraltar), con lo que superaba la etapa de sus contemporáneos aficionados: hizo prospecciones en las que localizó cantidad de estaciones de superficie, sistematizó por vez primera el Paleolítico y pipaleolítico de Marruecos, excavó en las grutas de El Khenzira y en Dar es Soltane, y terminaría de forma trágica muriendo en accidente en acto de servicio, en la excavación de la cueva de El Aouïn en el Marruecos oriental (1948). Por la parte española, nada hay que pueda compararse en relación con la prehistoria. En cualquier caso, en la época de la Segunda República, después de la inauguración del Museo Arqueológico de Tetuán, y de la publicación del primitivo Mapa arqueológico de Montalbán (1933), se diseña un proyecto estelar que va ser la excavación en el monumento protohistórico de M´Zora (Chouahed, en la zona de Arcila). Se trata de una actividad que cierra la etapa anterior (en resultados), pero abre la siguiente (en lo que respecta a objetivos). Se trataba de explorar y hacer visitable el monumento con vistas a su conversión en una especie de “parque arqueológico”, para hacerlo centro de atracción del turismo. Sus condiciones eran innegables: un círculo de monolitos de unos 54 metros de diámetro, con Enrique Gozalbes Cravioto • Manuel J. Parodi Álvarez • Javier Verdugo Santos 267 Revista Onoba, 2013, Nº 01 un corredor interior enlosado, y con un túmulo de tierra en su interior que llegaba hasta los 6 metros de altura.


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