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Revista Onoba IV
 
 
 
 
 
 
 
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20 de Julio de 2013
jcomments off}Revista Onoba 2013, Nº 01  (IV)
Manuel Jesús Parodi Álvarez, coautor.- Los trabajos se inician en 1932-1933 con la limpieza,que dio resultados positivos, pues dejó al descubierto las características del monumento, con su número exacto de monolitos, y la existencia del enlosado, y del muro de contención de la tierra del túmulo (con aparejo de tipo helenístico). Pero los problemas se acumularon a partir del proceso de excavación en el túmulo artificial, fuertemente afectado por resultados inesperados (no era un sepulcro de corredor como se esperaba) y por la impericia de Montalbán. Para rematar la desgracia, perdiéndose  los datos (hallazgo de una cista con algún objeto metálico en forma de puñal o pequeña espada, a partir de diversos testimonios orales), en julio de 1936 Montalbán fue detenido, a punta de fusil, por las tropas franquistas, produciéndose después el saqueo y destrucción de lo descubierto, y el deterioro de las paredes, todo ello en la búsqueda de tesoros.

El periodo posterior en la arqueología marroquí se caracteriza por la coincidencia con las guerras. Primero con la guerra civil española que, obviamente, imposibilita los estudios por parte de los españoles. Después por la Guerra Mundial, que obviamente afectará a Francia, en la evolución de su situación, desde la guerra con Alemania, el régimen de Vichy (en el que Carcopino fue ministro), el paso a la Francia libre y a los Aliados. También en Tánger se producen novedades puesto que por vez primera desde la época inicial del siglo se van a producir estudios, y la ciudad, como veremos, atraerá la atención de los investigadores, pero se verá afectada por la ocupación española en 1940.

Por la parte francesa esta nueva etapa se iniciará con la ya referida creación de la revista especializada:Publications du Service des Antiquités du Maroc. Desde  el primer número vemos la presencia de los pesos pesados de la arqueología marroquí (Chatelain y Rulhmann, pero con la aparición de una nueva figura: Raymond Thouvenot. Después de sus trabajos en Roma, Thouvenot había sido miembro del Institut des Hautes Études Hispaniques (posterior Casa de Velázquez; a todo lo largo de los años treinta había estado presente en España, donde consiguió su especialización, y en 1936 tenía ya terminada su tesis doctoral, que publicaría cuatro años más tarde, dedicada a una síntesis sobre la Bética romana, convertida en emblemática en la bibliografía.

Thouvenot ya había tenido presencia y había realizado trabajos en Marruecos, cuando desde época de la guerra civil española llegó destinado como adjunto de Chatelain, a quien sustituiría en 1941. Sus excavaciones inicialmente se centrarían en Banasa, colonia romana creada por Augusto, acerca de la que publicaría pronto una síntesis (Thouvenot, 1941). El volumen de publicaciones de Thouvenot sobre Marruecos era muy similar al del citado Chatelain, incluso en las circunstancias de la guerra: 9 en 1935, 3 en 1936, 2 en 1937, 4 en 1938, 5 en 1939, 2 en 1940, 7 en 1941, 2 en 1942, 0 en 1943, 2 en 1944, 10 en 1945 (Brouquier-Reddé y Lenoir, 2000). Pero lo más importante es que el investigador ya representaba una nueva generación respecto a Chatelain, y su trabajo mostraba que el arqueólogo debía rebasar el terreno de las Bellas Artes, o la mera especialización epigráfica. De esta forma, Thouvenot va a mostrar en sus múltiples publicaciones un dominio bastante mayor de las fuentes literarias, algunos trabajos serán específicos al respecto, y sobre todo también del uso y estudio de las monedas, en parte de la cerámica siempre olvidada por Chatelain, o de las ánforas. Así pues, Thouvenot fue un arqueólogo mucho más completo que Chatelain, porque su formación ya había sido más específica, y porque el concepto de arqueología ya había cambiado. En cualquier caso, si es cierto que Thouvenot era un historiador que consideraba la arqueología una magnífica fuente de documentación, desde la perspectiva de la interpretación histórica, representó una cierta regresión colonialista en relación con Chatelain. Éste, al igual que Carcopino, observaban la antigua Tingitana romana con un valor por sí misma, con unas transformaciones importantes de las sociedades indígenas que, en una buena parte, habían colaborado y auspiciado la conquista romana y la romanización. Se trataba de una visión optimista sobre las propias potencialidades de la colonización francesa, que después del enfrentamiento armado no tendría resistencias hasta los años treinta.

Por el contrario, Thouvenot procedía del estudio de “su” querida Bética, y ante ella, la Tingitana no podía tener sino el contraste de un territorio bárbaro. Así Thouvenot dio un par de vueltas de tuercas a la imagen de militarización de la Tingitana, con base en estudios suyos como las incursiones de moros en la Bética, o Roma y los “bárbaros” africanos. De esta forma, para Thouvenot, más allá 268 Algunas notas sobre arqueología y colonialismo de algunas producciones culturales brillantes, no ra sino un guardaespaldas avanzado de la Bética, único justificante de ocupación para evitar las incursiones de los moros. Una imagen que tan sólo Miguel Tarradell, años más tarde, lograría superar al incidir en los componentes económicos (agricultura, salazones de pescado), que Michel Ponsich en los años sesenta terminaría por remachar.

Estos años anteriores a la ocupación española de 1940, en la Guerra Mundial, la arqueología de Tánger había cobrado cierto protagonismo. La colección arqueológica existente desde la época de la Mision Scientifique en el año 1928 se convirtió de forma definitiva en Museo de la Kasba. El Museo siguió dependiendo del Consulado francés, dependiente del Servicio de Enseñanza Francesa en Tánger. En los años treinta aparecieron algunas estatuas romanas, en especial la de la mujer con túnica aparecida en 1935 en el Zoco Grande, y que motivaron una estancia de Chatelain, que en esos años publicó algunos trabajos sobre estas obras.

En Tánger confluyeron dos aficionados norteamericanos, el médico Ralph Nahon, que desde al menos 1936 recorría el territorio tangerino, y poseía una colección de piezas de sílex, y Hooker A. Doolitle, ncargado de negocios de los EE.UU. Estos dos personajes en 1938 y 1939 realizaron algunas excavaciones por su cuenta. De ellas tenemos en general muy pocas noticias, circunscritas a que en esos años excavaron en la cueva grande o alta de las grutas de Hércules, de nombre indígena Mugharet el Aliya, gruta que años más tarde (a partir de 1947) alcanzaría gran fama por los descubrimientos realizados en la misma.En 1939 se sumó a las excavaciones, ya más científicas, el profesor Coon, que a la profundidad de 6 metros extrajo restos fósiles humanos; en 1940 Nahon y Doolittle continuaron las excavaciones, conectados por radio con las instrucciones de Coon, y en 1941 los restos salieron para el Peabody Museum de la Universidad de Harvard. Las excavaciones se retomarían, en plan ya más científico, a partir de 1947 y ofrecerían ciertamente resultados muy importantes para el Paleolítico y Neolítico. Las peculiares circunstancias y cautela con la que deben tomarse los resultados, han sido expuestas por uno de nosotros en otra ocasión (Gozalbes, 2007), pero en todo caso al entrar en la ciudad los españoles en 1940 clausuraron las búsquedas e instalaron una batería antiaérea en el lugar. La consolidación de las estructuras (1939-1946) del período contemporáneo al desarrollo de la II Guerra Mundial estaría marcado, en lo relativo a la arqueología en la Zona Española del Protectorado, por las figuras de Pelayo Quintero Atauri (nacido en Uclés, provincia de Cuenca, en 1867, y fallecido en Tetuán, en 1946) y de Tomás García Figueras (Jerez de la Frontera, 1892-1981), quien, desde sus diversos cargos de responsabilidad en el ámbito de la Alta Comisaría Española (García Figueras, militar de formación, ejercería, entre otras funciones, como delegado de Economía, de Educación y Cultura y de Asuntos Indígenas, o como Secretario General de la Alta Comisaría, permaneciendo en puestos de responsabilidad de forma ininterrumpida desde los años de la Guerra Civil hasta la desaparición del Protectorado, en los años 50, siendo una de las figuras clave en la administración española del Norte de Marruecos).

Sería Tomás García Figueras quien diseñase y llevase a la práctica la puesta en funcionamiento de las estructuras de gestión cultural en el seno de la administración española del Norte de Marruecos desde 1936, fruto de lo cual sería la rehabilitación de Montalbán, la reintegración en el servicio de Bellas Artes de Mariano Bertuchi (como responsable del mismo), la creación del Servicio de Antigüedades (de Arqueología) o la puesta en marcha del nuevo Museo Arqueológico, instituciones al frente de las cuales García Figueras -no sin contar con la complicidad y ayuda del entonces Alto Comisario, Juan Beigbeder- habría de situar a Pelayo Quintero de Atauri. Nacido en los estertores del reinado de Isabel II y formado en la España de la Restauración, sobrino del histórico excavador de Segóbriga Román García Soria, alineado políticamente con los liberales de Sagasta y Moret, y miembro, luego, de la Unión patriótica de Primo de Rivera, reunía un perfil poliédrico en el que se unían sus facetas de historiador, arqueólogo, profesor, director de Museos, gestor de Patrimonio, y los no pocos cargos -todos, a excepción de su puesto como profesor de la Escuela de Bellas Artes de Cádiz, no remunerados, que fue acumulando a lo largo de su vida.

No nos extenderemos en el perfil profesional y personal de Quintero, por haberlo abordado en ocasiones anteriores (Parodi, 2007; 2008; 2008b; 2008c; Parodi y Gozalbes, 2011; Verdugo y Parodi, 2010; Zouak y Parodi, 2011). Señalaremos que, alejado ideológicamente del golpe de estado de julio Enrique Gozalbes Cravioto • Manuel J. Parodi Álvarez • Javier Verdugo Santos 269 de 1936, este arqueólogo y gestor público acabaría sus días en Tetuán falleciendo en 1946, debiendo abandonar la provincia de Cádiz (donde había

desempeñado buena parte de sus responsabilidades desde los primeros años del siglo XX y hasta 1939)por instigación de determinados personajes afectos al régimen franquista y siendo acogido (a sus más de 70 años, en 1939) en las estructuras de gestión del Patrimonio Cultural del Norte de Marruecos bajo coadministración hispano-marroquí, contando como sus valedores a los ya mencionados Juan Beigbeder Atienza y Tomás García Figueras, verdadero “hombre fuerte” de la administración española en el septentrión marroquí. El trabajo de campo del Servicio de Excavaciones de la Alta Comisaría Española contando conPelayo Quintero al frente como responsable, y especialmente el trabajo del propio Quintero como arqueólogo (con un Montalbán rehabilitado y reincorporado al trabajo, al frente del sector occidental del territorio, con sede en la ciudad de Larache y bajo la autoridad directa de Quintero y de García Figueras), habría de centrarse casi exclusivamente en el yacimiento arqueológico de Tamuda, resultante de una unión de factores entre los que se contarían  la escasa capacidad presupuestaria del momento (una constante en la realidad de la arqueología de la época, de acuerdo con los testimonios a este respecto del propio Quintero ya antes de su llegada a Marruecos, en ámbito gaditano), la proximidad deeste sitio arqueológico a la ciudad de Tetuán y laexistencia de trabajos previos (los desarrollados antes

de la guerra civil por Montalbán), que podrían hacer más atractiva la continuación de las labores de investigación en este yacimiento, así como (ya en un plano humano) la propias circunstancias vitales de un Pelayo Quintero anciano (que emprende su primara campaña de campo en el verano marroquí de 1940, a la edad de 73 años), enfermo y progresivamente agotado. Se emprendieron entonces (entre 1940 y 1945, en plena Segunda Guerra Mundial –que no afectó directamente al territorio e la Zona Española, pero que es la “envolvente general”, por así decirlo, en que se enmarcan los trabajos y la realidad del momento) seis campañas de investigación arqueológica en el yacimiento de Tamuda, estando las de los años 1940 y 1941 bajo la dirección de Quintero Atauri, y las de 1942, 1943, 1944 y 1945 bajo la dirección conjunta de Quintero y su secretario en el Museo, Giménez Bernal; estos trabajos sirvieron para ampliar la zona ya excavada en dicho yacimiento por César Luis de Montalbán, al tiempo que se enriquecían los fondos del Museo Arqueológico tetuaní con los materiales procedentes de estas excavaciones. Además de las mencionadas campañas arqueológicas llevadas a cabo por Quintero Atauri entre los años 1940 y 1945 (que cerrarían cronológicamente este capítulo) es conveniente hacer mención igualmente de la del año 1946, que se desarrollaría ya definitivamente postrado Quintero (precisamente poco tiempo antes de su fallecimiento, en octubre de dicho año), y que fuera dirigida por el sacerdote agustino César Morán junto al referido Cecilio Giménez. César Morán Bardón, antropólogo, etnólogo, estudioso de las lenguas y tradiciones populares castellanas y arqueólogo aficionado, sería la persona en quien Quintero habría depositado su confianza para sucederle en las responsabilidades arqueológicas en el Norte de Marruecos, aunque otras circunstancias -fundamentalmente los conflictos de intereses y las luchas de poder en el seno de la Arqueología española de la época, entre la Comisaría General de Martínez Santaolalla y sus adversarios del campo universitario, que se sumarían a las debilidades académicas y de salud de Morán) resolverían la situación a favor de Miguel Tarradell (Díaz-Andreu, 2002; Gozalbes y Parodi, 2011). Quintero centraría sus esfuerzos en los sectores meridionales y occidentales del yacimiento en su facies romana, en las murallas, los torreones, la puerta y la zona habitacional interior del espacio interior del castrum, aunando los trabajos de campo con la publicación anual de las correspondientes “Memorias” de los mismos en las que aparecen publicados los resultados de sus investigaciones. Los estudios de campo tenían así un vehículo de expresión y un paralelo en la publicación y divulgación de los mismos (una constante vital en la rutina de trabajo de Quintero sería precisamente la de publicar lo que investigaba, no dejando nada al olvido), algo que el de Uclés llevaría a cabo mediante el empleo de todos los recursos a su alcance (en una época de especial penuria económica), tales como los medios de prensa existentes en el ámbito de la Zona Española del Protectorado, revistas divulgativas como Mauritania (editada por los franciscanos), o las Memorias de los Museos provinciales, en las que el Museo de Tetuán no estaba inicialmente incluido y que desde 1943 albergarían la Memoria anual del tetuaní por iniciativa de Quintero, con lo que se insertaba a esta institución del Patrimonio y centro 270 Algunas notas sobre arqueología y colonialismo Revista Onoba, 2013, Nº 01 de investigación en un circuito mucho más amplio, ado que se entraba en una dinámica general, de ámbito estatal español, lo que permitiría una mayordifusión de las investigaciones desarrolladas en el norte de África entre estudiosos nacionales y extranjeros, reflejo de lo cual, quizá, serían las visitas de estudios a Tetuán como las llevadas a cabo por la entonces directora del Museo de Granada, una joven Josefina Eguarás).


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