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Apuntes de Historia XXX
 
 
 
 
 
 
 
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27 de Julio de 2013
  La diosa de La Algaida (III)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Como hemos venido señalando en los artículos de las dos semanas precedentes, la “Diosade La Algaida”esuna figurilla cerámica, cuyas dimensiones vienen a serunos 21 cm. de altura por unos 8,5 cm. de anchura (en sus máximos), en la que encontramos la representaciónde una imagenfemenina vestida, joven,la cualsustentaen sus brazos a una figura infantil que se muestra de frente y desnuda, componiendo el conjunto una simbologíatansugerente como recurrentedesde la Edad Antigua.Esta figurilla de terracota ha sido considerada como una representación de la divinidad curótrofa (protectora) a la que podría haber estado dedicado el antiguo santuario de La Algaida, caso de la diosa de la Luz.

Señalábamos en los artículos precedentes que las excavaciones llevadas a cabo en el yacimiento arqueológico del Santuario de La Algaida fueron dirigidas por el profesor y académico Ramón Corzo, por entonces director del Museo Provincial gaditano, en los años 70-80 del ya pasado siglo XX, habiendo dedicado nuestra atención a la figurilla de la Diosa de La Algaida en sendas conferencias pronunciadas en 2010 y 2011 en el Museo Arqueológico Provincial de Cádiz y en la Biblioteca Municipal “Rafael Pablos” de Sanlúcar de Barrameda respectivamente.

La característica auténticamente singular y que convierte a esta pequeña imagen en una figura realmente especial reside en que en ella se condensa un modelo oriental muy antiguo, el de la diosa madre que sostiene a un niño-dios (una estética heredada por el cristianismo, que la adoptaría de los patrones egipcios de la madre Isis con el niño Horus en brazos), mientras por su constitución formal nos encontramos en plena época Helenística (siglos IV-II a.C.), en buena comunión con modelos estéticos griegos, pese a la naturaleza púnica del ámbito territorial y cultural en el que se inserta el santuario de La Algaida.
Los aspectos formales de esta figurilla sanluqueña nos llevan hasta Grecia, hasta las figuritas de la ciudad beocia de Tanagra, hasta el siglo IV a.C. (una imponente colección de las cuales se conserva en el Museo del Louvre, en París), unas estatuillas funerarias (denominadas precisamente “tanagras” por su origen) procedentes de esta región del centro de la Hélade continental europea (Beocia, cuya capital histórica era la de ciudad Tebas, cuya acrópolis, la Cadmea, fuera fundada por gentes procedentes de Fenicia, con Cadmo, hermano de Europa -a cuyo rescate había acudido, tras ser ella raptada por Zeus), unas figurillas contemporáneas -grosso modo- de la sanluqueña Diosa de La Algaida y con las que la imagen algaideña guarda una gran relación formal en lo estético.
 
Las imágenes halladas en las necrópolis beocias de Tanagra habrían tenido un origen local inicialmente, para ser luego paulatinamente sustituidas sus pautas estéticas (y probablemente, en principio, también la producción) por modelos de origen ático (señalemos que la península del Ática es la región de Atenas); finalmente se habrían podido combinar las producciones locales (de estética ática) y las importaciones atenienses para satisfacer el mercado local así como para ser objeto de un intenso comercio que habría podido trascender del ámbito local griego, alcanzando otras regiones del Mediterráneo.
 
Desde los primeros modelos, más cercanos a una estética rígida y más arcaica, hasta la sensualidad de modelos como la famosa “Dama Azul”, las figurillas de Tanagra (o, más sencillamente, las “tanagras”) reproducen diversos tipos de escenas de la vida cotidiana tan familiares a todas aquellas personas que decidieron enterrarse con el acompañamiento de tales imágenes para compartir su descanso final.
De este modo, los modelos de las tanagras nos presentan escenas de la vida cotidiana como el trabajo con los bueyes y el arado, el horno de cocción de pan, o una escena de mujeres amasando pan a los sones de la flauta doble (el diaulós), pero también nos presentan imágenes de actores, de mujeres bailarinas, ménades, así como de figuras grotescas (masculinas como femeninas) entre las que se cuentan viejas nodrizas sosteniendo niños en brazos, figuras de sátiros o de personajes deliberadamente deformes, en la búsqueda de modelos risibles.
 
En la época helenística, aquella que contempla el desarrollo de estas tanagras, así como la aparición de la figurilla que conocemos como la Diosa de La Algaida, una época cuyos límites cronológicos podemos situar entre el ascenso y muerte de Alejandro Magno y el definitivo establecimiento de la República romana en el rol hegemónico en el espacio geográfico (y cultural) del Mediterráneo (esto es, entre los siglos IV y II-I a.C.), se genera un fenómeno de plasmación y cristalización de lo que algunos se atreverían a calificar como “fusión cultural” en el ámbito del Mediterráneo y el Próximo Oriente, un momento en el que sociedades originalmente distintas culturalmente como la cartaginesa, la griega y la romana, comienzan a desarrollar elementos estéticos (artísticos) comunes, unos elementos comunes que se desarrollan bajo el barniz de la cultura helenística, de una cultura griega heredera del clasicismo griego y capaz de superarlo, que ha rebasado sus anteriores límites físicos (e intelectuales) y se ha convertido en una suerte de “cultura común” (en algunos casos, con carácter de mero barniz, todo sea dicho), que llega a impregnar -con fortuna diversa- el ámbito geográfico (y cultural) que venimos mencionando (esto es, el del mundo mediterráneo, con sus proyecciones atlántica, europea, africana y próximo oriental).
 
Es en este entorno y contexto cultural del helenismo, y con una clara mezcla de las raíces púnicas e indígenas con los tintes externos griegos es donde finalmente aparece la figurilla de la Diosa de La Algaida. Como señalábamos precedentemente no aparece sola, ya que además del ejemplar de Sanlúcar, en el Sur de la Península Ibérica contamos con varias estatuillas (o fragmentos de las mismas) de similar naturaleza formal (así como estética e ideológica).
Entre estas figurillas hemos de señalar en primer lugar (por oportunidad), ciertamente a la figurilla de La Algaida, siguiendo por otras como los fragmentos de las dos figuritas de Cádiz (descubiertas muy recientemente en la zona de San Severiano y en la Barriada de Andalucía), la que se conserva en el Museo de Jaén (de procedencia incierta) y la procedente del valle de Abdalajís (en la provincia de Málaga), que fuera hallada en el siglo XIX y que se conserva actualmente en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla (y que guarda un notable parecido y paralelismo estético con la figurilla de la Diosa de La Algaida, por cierto).
 
¿Hablamos de modelos griegos de importación, llegados a nuestras tierras desde la Hélade? ¿Hablamos de unos modelos formales helénicos que vienen a cubrir las necesidades estéticas de un santuario (y unos fieles) turdetanos y fenopúnicos del lejano Occidente? ¿Hablamos de un comercio estable (por la cantidad de figuras del Sur hispano) entre Grecia y nuestra región en los siglos IV y III a.C.? ¿Hablamos de fusión cultural y de un mundo helenístico como un “hervidero” cultural en el que el mestizaje alcanza incluso la estética de lo religioso? ¿Hablamos de la adopción de formas originalmente griegas por parte de los indígenas turdetanos y los cartagineses establecidos en Gadir, que habrían reproducido en talleres locales gadiritas modelos originalmente griegos?
 
La combinación de propuestas a la hora de encarar la naturaleza y el origen (probable) de la figurilla de la Diosa (o Dama) de La Algaida es múltiple. No cabe duda de que en lo formal parece insertarse en la tradición de las tanagras griegas, si bien su origen y procedencia no tendría que radicar necesariamente en la importación: en una época como la helenística, bien podría tratarse de que en talleres locales (¿gaditanos?) pudieran elaborarse estatuillas de este tipo (quizá mediante una producción estandarizada, que empleara distintos moldes), siguiendo una moda y uso helénico, para su distribución en un ámbito regional. Formas griegas y fondos del Próximo Oriente: quizá en ello, en dicha fusión cultural, se encuentren las claves de la Diosa de La Algaida…

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