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Apuntes de Historia LXXXV
 
 
 
 
 
 
 
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17 de Agosto de 2014
Estrabón y Sanlúcar
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Uno de los afanes de la especie humana a lo largo de los siglos ha sido el de explorar, descubrir y conocer el mundo que la hospeda, el paisaje en el que los grupos y sociedades humanas se encuentran. Ello nos ha empujado, bien por necesidad, bien por inquietud, a cumplir el mandato divino no por casualidad expresado en el Génesis (en el Antiguo Testamento, una de nuestras fuentes textuales, históricas, más antiguas) crecer, multiplicarnos como especie y dominar la tierra…
El mundo clásico grecolatino es, quizás, y en lo que se refiere a nuestra herencia cultural, uno de los momentos en los que más brilla el afán por conocer el mundo, por expandir los límites del conocimiento de la geografía. Y fruto y resultado de esta voluntad serán los trabajos que nos ha legado quizá el azar, como en el caso de las obras de autores del Mundo Clásico tales como Cayo Plinio Secundo (Plinio el Joven), Rufo Festo Avieno, Pomponio Mela, Claudio Ptolomeo o Estrabón, entre otros.
Todos estos autores romanos redactaron obras en las que trataban de plasmar el conocimiento geográfico de su época (vivieron entre los siglos I a.C. y IV d.C., en líneas generales), describiendo paisajes, tierras, accidentes geográficos e incluso gentes y costumbres, en tonos que hoy pueden a veces parecer al lector actual incluso fantásticos, pero que pertenecen a la perspectiva del pensamiento mítico desde el que estos párrafos fueron redactados.

De entre los tratadistas que hemos mencionado, el heleno Estrabón (cuyo nombre significa lo que parece) es uno de los grandes autores de la Antigüedad Clásica. Originario de la ciudad de Amasia (por ello se le conoce como “el amasiense”), en Grecia, redactó su obra bajo el reinado del emperador Augusto, entre los siglos I a.C. y I d.C., en el momento histórico del cambio de las Eras. 
Esta obra estraboniana a la que hacemos referencia es la Geografía, en la que el amasiense tiene la intención de recoger las esencias, la naturaleza y las características del paisaje de todas las tierras incluidas en el ámbito del Imperio Romano, con un ánimo enciclopédico y una voluntad manifiesta (por parte del autor) de aunar cuanta información fuera posible.
 
Esta monumental obra, la Geografía, no se ha conservado completa, pero el Libro III de la misma, precisamente el que se dedica a abordar la situación y características de la Península Ibérica antigua, sí se ha conservado, razón por la cual disponemos de una pequeña enciclopedia en la cual aparecen reflejados los elementos que Estrabón consideró fundamentales y dignos de ser redactados para ser conocidos por los lectores y, no es de olvidar, en especial por el propio emperador Augusto, a quien puede considerarse como primer interesado en la cuestión (e impulsor de la obra) ya que la Geografía habría de proporcionar al aparato de la administración del Estado romano una más que relevante fuente de información relativa a las regiones y gentes insertas en sus dominios, un conocimiento que los gobernantes romanos debían poseer para poder regir mejor los destinos del Imperio.
 
Es de mencionar, además, que frente a lo que pueda ser habitual en otros autores antiguos (como los mencionados con anterioridad), el griego Estrabón escribe con un alto grado de veracidad, pegado a la realidad en líneas generales, no dejándose llevar en exceso por lugares comunes ni por demasías míticas (que podríamos decir): el interés mayor de este autor está en describir los paisajes naturales y humanos, poniendo un conocimiento tan realista como le es posible al servicio de la administración para la cual redacta sus párrafos (al estilo de los enciclopedistas viajeros del siglo XVIII, como el español Antonio Ponz, autor de la monumental obra Viaje de España, por encargo de la administración española de la segunda mitad del Setecientos).
 
Estrabón dedica no pocos de los párrafos de su libro III de la Geografía a los paisajes del Sur peninsular, y entre los mismos, al espacio de la desembocadura del antiguo río Baetis, un espacio en el que se inserta la geografía antigua del actual término municipal de Sanlúcar de Barrameda
Ahora bien, no debemos pensar que Estrabón menciona a “Sanlúcar” en sus textos utilizando este nombre, ni es nuestra intención la de inducir a nadie a error en este sentido. De hecho no existe una “Sanlúcar de Barrameda” en la época romana: es decir, no existía una localidad que respondiera al mismo nombre de nuestra Sanlúcar, si bien es cierto que, cuando menos, sí contamos en el texto estraboniano con una referencia clara al que es hoy día el moderno término municipal sanluqueño.
 
Así, en su Geografía III.I.9 (esto es, en el libro III, capítulo I, punto 9 de la Geografía), el amasiense al detenerse a considerar y realizar la descripción de la situación del litoral de la actual provincia de Cádiz desde la misma ciudad (y Bahía) de Gades hacia el cabo San Vicente (al Suroeste del Algarve, en el moderno Portugal), y tras mencionar hitos como el del “Oráculo de Menesteo” (que se considera corresponde a las tierras de la moderna localidad de El Puerto de Santa María, vecina de Sanlúcar por el Sur) y el de la “Torre de Cepión” (en el actual término municipal de Chipiona), señala: “…partiendo de allí encontramos la corriente del Baetis, la ciudad de Ebura y el santuario de la diosa Fósforo, a la que llaman Luz Incierta…”.
 
De este modo encontramos reflejada en los párrafos de Estrabón, la mención de la desembocadura del río Guadalquivir (el antiguo río Baetis de los romanos), la referencia al yacimiento arqueológico de Évora/Ébora, y el santuario de la “Luz Incierta”, o Luciferi Fanum, la diosa “Fósforo”, o templo de la Venus Marina, hitos todos a los que en otros artículos precedentes a éste hemos considerado con mayor detenimiento y a los que nos remitimos para mayor abundancia en detalles.
 
De este modo vemos que son tres (nada menos) los hitos, geográficos o históricos (y por tanto, culturales), pertenecientes al horizonte cronológico romano y adscritos al actual término municipal de Sanlúcar de Barrameda los que (siquiera de forma somera, brevemente) aparecen retratados (al menos, mencionados) en las páginas de la monumental Geografía del tratadista griego Estrabón.
Se trata de unos elementos fácilmente reconocibles en el paisaje de la Antigüedad en este entorno físico, refrendados por la Arqueología, que forman parte además de los horizontes de nuestro imaginario colectivo cotidiano, y que constituyen a su vez -y aún hoy- unos claros referentes de nuestras señas de identidad así como de nuestro pasado histórico.
 
Será la Arqueología la que, con el avance de la investigación, deba terminar de arrojar luz sobre la realidad del término municipal de Sanlúcar en épocas pretéritas. Será, por tanto, el futuro, el que permita conocer las claves de nuestro pasado, y, por ello, de nuestra propia realidad.
 
Sólo el avance de la investigación hará posible que se desvelen las claves de nuestro pasado, de modo que estas escasas referencias de Estrabón lleguen a convertirse en un volumen de datos y conocimientos ingentes y suficientes como para que los habitantes de estas tierras conozcan verdaderamente qué sucedió en las mismas antes de su época y, por ello, sepan cuáles fueron las claves de ese pasado que, con su misma evolución, determinó su presente.

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