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Apuntes de Historia LXXXVI
 
 
 
 
 
 
 
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24 de Agosto de 2014
El Baetis, sal de la tierra I 
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-En capítulos anteriores de esta serie que dedicamos a Sanlúcar de Barrameda, su actual término municipal y. en líneas más generales, su territorio circundante (en la actualidad y en la Antigüedad), el territorio en el que el moderno término sanluqueño se inserta, su comarca, hemos dedicado no pocos párrafos al gran tema del río, del Guadalquivir, atendiendo a cuestiones tales como la navegación por el mismo, los tipos de embarcaciones que lo surcaban en tiempos pretéritos (con especial atención a la época romana, todo sea dicho, aunque también nos hemos acercado a los barquitos de época medieval, aquéllos que aún podemos encontrar plasmados en forma de graffiti -es decir, esgrafiados-en las paredes y muros de algunos de nuestros edificios históricos, como el muro medieval de la Calle Escuelas -uno de los restos de nuestra muralla medieval islámica, quizá la “Torre del Cabildillo”, sobreviviente del Castillo de las Siete Torres, de la que ya hablase en su día, allá por el siglo XVIII y como bien sabemos, el historiador y archivero Juan Pedro Velázquez Gaztelu), la economía fluvial y el papel del antiguo Baetis y del moderno Guadalquivir en el desarrollo de las tierras de sus riberas a lo largo de la Historia.

En los párrafos por venir nos aproximaremos, siquiera someramente, a otra de las actividades desarrolladas históricamente en las orillas del Padre Baetis, a una actividad que aún hoy tiene su propio espacio en las riberas y en los usos económicos en torno al río: la producción de sal.
 
En primer lugar es necesario decir que para extraer y distribuir sal para el consumo humano o animal es necesario que se produzca una serie de condicionantes naturales, o dicho de otro modo, que en el territorio en cuestión (si es de interior) existan canteras de sal o veneros del preciado elemento (sal de gema o salinas fluviales), panorama que varía por entero si nos encontramos en un ámbito costero, de desembocadura, o de marisma, como es el caso del territorio inmediato a la actual Sanlúcar de Barrameda.
 
En segundo lugar y en relación con la cría de animales (fenómeno estrechamente ligado con la sal, el principal conservante de la Antigüedad, una época que no conoce la conservación mediante refrigeración, al carecer de la tecnología imprescindible para tal materia), también es necesario contar con zonas aptas para el pasto y para el desarrollo de las reses (como pueden ser zonas lagunares o humedales, por ejemplo), más si cabe, en cuanto que nos encontramos (en el ámbito marismeño) en un terreno que se caracteriza por una topografía suave y relativamente llana, privada en cierta medida, en principio, de aquellas formaciones vegetales características de monte (y que siempre, y por defecto, tendemos a relacionar de manera directa con el hábitat idóneo para el pasto de ganado).
 
Una última cuestión sería referir si estas unidades naturales fueron puestas en explotación durante la Antigüedad o no. No tenemos -aún- grandes evidencias arqueológicas de que así fuera en la comarca que analizamos, en este espacio que nos rodea, pero podemos colegir que así fue, si nos atenemos a las referencias de Estrabón respecto a la región de la Turdetania (en buena medida contenida en la actual Andalucía) en el libro III de su Geografía.
 
En cualquier caso, cabe señalar que los tratadistas de la época antigua dieron más importancia -comúnmente- a la información relativa a la sal de roca en líneas generales, como sucede en el caso de autores como Plinio el Viejo, Lucio Junio Moderato Columela o Vegecio, por citar algunos de entre los principales autores que abordaron este particular en época romana, que a las salinas y su explotación.
No obstante y a pesar de estas aparentes limitaciones relativas a la información disponible, nos parecen muy sugerentes las últimas propuestas respecto al comercio y uso de la sal entre las comunidades tartesias-turdetanas en el ámbito del Guadalquivir antiguo y que podrían estar indicando unas pautas generales del uso de la sal en Turdetania (nombre tradicional de la región del Guadalquivir antes de la creación de la provincia romana de la Baetica), unas pautas generales vigentes en una época ciertamente anterior a la presencia romana (y a la implantación de las estructuras administrativas del estado romano), pero que podrían haber encontrado solución de continuidad a lo largo de los períodos históricos interesados (merced a la continuidad de unos usos y actividades económicas similares en el tiempo, como es el caso de la cría de animales, sea ganadería caballar o bovina, bien presente en las tierras de Sanlúcar de Barrameda aún en la actualidad ).
 
Nos gustaría poder abundar además sobre conceptos tales como la sal como “bien público”, sujeto a control estatal y a repartos (puntuales, no sistemáticos) efectuados en distintos momentos de la historia de Roma: sabemos en este sentido de repartos de sal en Roma como el llevado a cabo por el legendario líder romano Anco Marcio -del que nos habla el tratadista Plinio el Viejo en su Historia Natural (XXXI.41.89); o del reparto que igualmente se efectuó por Marco Licinio Craso, artífice del primer triunvirato con César y Pompeyo, durante su infortunada campaña de Oriente (narrado por Plutarco, en su Vida de Craso, XIX.5), o de los repartos de sal que hicieron Marco Vipsanio Agripa (bajo el reinado de Augusto, en torno al cambio de las Eras) y el emperador Aureliano, ya en época bajoimperial romana.
 
Igualmente sabemos de la indudable relación existente entre sal y la guerra en la Antigüedad: la sal no es sólo un elemento a considerar de cara al acantonamiento de tropas o al establecimiento de guarniciones (por ejemplo fronterizas), sino asimismo es una materia a tener en cuenta en el sentido de cómo se sopesaría (en época romana) un emplazamiento determinado para un combate dado, en función de los veneros necesarios y los que ofrece el entorno. Hay que comer, y la sal ayuda a cocinar, amén de a conservar los alimentos.
 
Así pues, habría que calcular cuánto podría durar la situación de guerra, buscar las fuentes que hablan de las provisiones necesarias para una mantener una ofensiva y a su vez a un ejército permanente, las posibles vías de escape de cada territorio (comunicaciones terrestres y acuáticas -marítimas e interiores), y la hipotética relevancia que de cara al establecimiento de una u otra estrategia territorial (más que sobre la táctica, pero sin excluir esta última) podría tener la presencia o ausencia de fuentes de sal de los escenarios bélicos, materia tan necesaria para civiles como para militares y cuya existencia podría contribuir grandemente a aliviar las necesidades  (siempre ingentes) de la logística militar imperial romana, con el consiguiente ahorro económico para la Res Publica, pero tales propósitos trascienden sobradamente de la intención inicial de los presentes artículos, por lo que habremos de conformarnos simplemente con señalarlos tal como hemos hecho, dejando para trabajos por venir el desarrollo de los conceptos apuntados, quizá en otro lugar más acorde con tales fines y objeto de estudio.
 
Río y sal son elementos indisolubles (valga el oportuno juego de palabras) e indisociables: la desembocadura del Guadalquivir, el ámbito de la marisma y el curso bajo del gran río hacen que la sal sea un elemento propio y consustancial a esta zona, a estas riberas y al pasado de los indígenas de estas tierras.
 
 En los párrafos que vendrán trataremos de llevar a cabo una aproximación al tema de la sal y el río, de la sal del río, de la sal con el río a lo largo de la Antigüedad Clásica, una de las claves esenciales del desenvolvimiento de las sociedades humanas que precedieron a Sanlúcar en este paisaje, y que forman parte de nuestras raíces.
 
 
[En un contexto de interior en la antigua Baetica, y asimismo en relación con un entorno fluvial, hemos estudiado el tema de la sal en el antiguo Genil en época romana; así, véase para ello M.J. Parodi Álvarez et al., “Singilis amoenus. La sal del Genil antiguo”, en Actas del VII Congreso de Historia de Écija. Écija 2005, Tomo I, pp. 91-110].
 
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