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Apuntes de Historia XCII
 
 
 
 
 
 
 
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05 de Octubre de 2014
Nociones generales I 
Manuel Jesús Parodi.-Una de las cosas que más se echa a faltar, en buena medida, en los contextos de la Historia local (en general), es una suerte de vademecum, de pequeño (o no tan pequeño) volumen que sirva para resumir algunos de los hitos esenciales de la Historia de una ciudad, un pueblo, una comarca, un territorio, de cara a su manejo inmediato, su fácil localización, su disponibilidad de una forma asequible y directa.
Nos detenemos en demasiadas (quizá demasiadas, muchas sin duda) ocasiones a considerar con detenimiento cuestiones particulares, asuntos específicos, interesantes sin duda, pero no globales, sin pararnos a considerar el marco general en el que se insertan estas cuestiones…
No es éste el formato ideal para abordar una labor de esta naturaleza, pero no quería dejar pasar la ocasión para reseñar unas líneas generales, muy generales (muy “horizontales”, si se quiere), entre las cuales se encuentren algunas de las referencias y nociones esenciales de la Historia del territorio que hoy se encuentra englobado en el moderno término municipal de la ciudad de Sanlúcar de Barrameda (una entidad administrativa que reposa sobre los siglos de Historia que la precedieron y que forman parte de su pasado).

Así, habrá que empezar por señalar que la Historia de las tierras de Sanlúcar de Barrameda hunde sus raíces en el pasado más remoto del Antiguo Occidente… Las primeras manifestaciones conocidas de la vida humana en este espacio dan fe de su existencia en épocas pre y protohistórica, con yacimientos megalíticos como el desaparecido Dolmen del Agostado, o la evidencia de ejemplos más que claros y determinantes de culturas avanzadas como el representado por el así llamado “Idolo Cilíndrico del Cortijo de la Fuente”, esencial elemento de época protohistórica (imagen de los dioses de los hombres que lo labraron, quizá…) conservado en el Museo Arqueológico Provincial de Cádiz.
 
 Pero el eje principal de la Historia más antigua de la actual comarca sanluqueña es, sin lugar a dudas, el representado por el mundo de Tartessos… El mítico y fabuloso Tartessos (o Tartesos, o Tarteso, o Tartesso…, cuna remota de nuestros más antiguos horizontes culturales en este ángulo de la Península Ibérica), del que ya nos hablan textos tan dispares y distantes en el tiempo a nosotros en su elaboración como son el Antiguo Testamento (fuente esencial para la Historia del próximo Oriente Antiguo) y los mitos griegos (tan trenzados con nuestro pasado más luminoso, está ligado a Hércules, a las navegaciones fenicias, al comercio de la plata en la Antigüedad…
 
En este mundo lejano y brumoso, el del lejano Occidente del “extramediterráneo” (con perdón del “palabro”), el enorme Lago Ligustino reinaba en las actuales marismas de la desembocadura de nuestro viejo río Guadalquivir, el antiguo Baetis, brindando el espejo de sus aguas a los navegantes que desde todos los rincones del Mediterráneo, coronaban sus viajes en este “Fin del Mundo” (uno de los sentidos del término “Tártaro”, el “infierno” de los griegos, pero también el remoto fin del mundo, con tantos matices para el horizonte griego y que comparte raíz -TRT- con Tartessos…, raíz y más cosas…) occidental cantado por los poetas, añorado por los sacerdotes orientales.
 
Roma, la gran organizadora del territorio, la gran niveladora de los desiguales, sucedió a la norteafricana (y fenicia, en fin de cuentas) ciudad de Cartago (la poderosa metrópoli del corazón del Mediterráneo) como poder hegemónico en Occidente, y las viejas rivalidades, disputas y alianzas de los pueblos de estas tierras se vieron proyectadas al olvido, frente a la nueva realidad.
La nueva Baetica ocupaba el espacio de la vieja Turdetania, y Tartessos era ya un recuerdo en canciones de bardos y aedos cuando César lloraba ante la estatua de Alejandro Magno en Cádiz, que estaba por aquellos entonces dejando de ser Gadir para empezar a ser Gades.
La jerezana Asta (o Hasta, ciudad de la realeza y no en vano -y por ello- llamada “Regia” por la misma Roma) y la sanluqueña Évora dieron paso a las águilas, las leyes y los veteranos de Roma, incorporando a su bagaje el nuevo equipaje cultural, político, económico, religioso que venía a lomos de las “mulas marianas” (nombre coloquial que la propia Roma otorgaba a sus legionarios).
Y en estas riberas del río Baetis, en tierras hoy sanluqueñas, el Templo del Lucero, el Luciferi Fanum de las fuentes clásicas, y el viejo Santuario fenicio-púnico de La Algaida seguirían asomándose a las orillas del río en tiempos romanos, como lo vendrían haciendo (especialmente en el caso del Santuario de La Algaida) desde hacía siglos.
 
Autores, historiadores, geógrafos, escritores, tratadistas de tiempos romanos como Estrabón, Pomponio Mela o Festo Avieno (por citar algunos de los que más atención dedicaron a la Península Ibérica, la vieja Iberia transmutada en Hispania por mano de Roma) nos hablan de las Puestas de Sol en el Atlántico, cuando el Carro del Sol, guiado por Apolo, tramontaba sobre el Horizonte, ofreciendo a los mortales el espectáculo de un Ocaso digno de los dioses… Esos ecos de la Antigüedad se dejan sentir aún hoy en los atardeceres sanluqueños, en el abrazo del Sol, el Océano y el Verde de Doñana…
 
En el territorio de Sanlúcar de Barrameda destacan algunos yacimientos arqueológicos que conectan la realidad del momento presente con un mundo pasado y remoto, con milenios pasados, con vidas lejanas…
De época protohistórica, el yacimiento de Évora, en pleno borde litoral de la marisma, nos habla de tiempos tartésicos, de navegaciones fenicias, de las relaciones entre la costa, el río Guadalquivir, el por entonces majestuoso Lago Ligustino y la poderosa ciudad indígena de Asta Regia. El así llamado “Tesoro de Évora” (fruto del hallazgo casual en dicho yacimiento), conservado en el Museo Arqueológico de Sevilla, constituye sin lugar a dudas uno de los mejores ejemplos de arte tartésico, de orfebrería y trabajo del oro, y resulta parangonable -sin ambages- al “Tesoro del Carambolo”, quizá el ejemplo más significativo de este arte.
 
Évora, que merece el calificativo de “ciudad”, según las fuentes clásicas (y a la que ya hemos tenido ocasión de aproximarnos en algunos artículos precedentes con más detenimiento), puerto en la ribera del Lago Ligustino, en la orilla de ese río Baetis hecho ya mar, es nexo de unión entre el mundo exterior y la campiña de Asta Regia, y encuentra en el yacimiento de La Algaida su reflejo fenicio-púnico.
El yacimiento arqueológico de La Algaida, donde en un baile de siglos se dan la mano el Santuario fenicio-púnico y las estructuras romanas, entre las que destacan las piletas de salazón destinadas a la elaboración del famoso garum, habría guardado relación quizá con la fenicia ciudad de Gadir.
 
Los materiales de La Algaida se conservan en el Museo Arqueológico de Cádiz, y entre ellos se cuentan delicadas figurillas de bronce de origen etrusco, ricos materiales cerámicos, figuras femeninas de terracota en forma de quemaperfumes, y la famosa Diosa de La Algaida, cuya copia puede contemplarse en el Centro de Visitantes del Parque de Doñana “La Fábrica de Hielo”, en Bajo de Guía.
Una de las piezas singulares de la arqueología sanluqueña es el “Bronce de Bonanza”, aparecido en dicho pago sanluqueño en 1868 y conservado en el Museo Arqueológico Nacional: es uno de los testimonios más antiguos y relevantes de la epigrafía latina sobre bronce de Europa, y una reproducción del mismo puede contemplarse igualmente en “La Fábrica de Hielo”.
 
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