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Apuntes de HistoriaXCVII
 
 
 
 
 
 
 
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09 de Noviembre de 2014
Breves reflexiones sobre el patrimonio arqueológico
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-La realidad de la evolución natural de los estudios de naturaleza arqueológica en el término municipal de Sanlúcar de Barrameda, cuyos primeros orígenes se remontan a mediados del pasado siglo XX, con los trabajos, entre otros, de estudiosos como Juan de Mata Carriazo y Manuel Esteve Guerrero, ha venido a revelar (siquiera tímidamente, merced -casi exclusivamente en un principio- a los yacimientos de Évora y La Algaida) el peso de la presencia romana en unas tierras que, por otra parte, era sabido que participaban de la excepcional circunstancia de su centralidad en un marco geográfico comarcal (el de la desembocadura del Baetis-Guadalquivir y el Lacus Ligustinus) cuyos límites vienen, grosso modo, delimitados por la existencia de puntos referenciales de capital relevancia a la hora de comprender la Romanidad en este entorno.
De este modo, enclaves urbanos romanos del entorno de nuestro término municipal como Gades-Cádiz, Asido Caesarina-Medina Sidonia, Portus Menesthei-Puerto de Santa María y el eje Hasta Regia/Ceret-Jerez de la Frontera representan hitos capitales para la comprensión de la Antigüedad romana en nuestro entorno, y el espacio físico que -más que el azar- el diseño medieval castellano confirió al territorio de la entonces villa de Sanlúcar de Barrameda tras su donación a la Casa de Guzmán en 1297, vino a desplegarse en la Antigüedad como un entorno con marcada vocación funcional entre los núcleos poblacionales citados, todos y cada uno de los cuales cuentan con una Historia propia que camina pareja, en sus límites cronológicos, con los de nuestra localidad y su territorio antiguo.

El marco de la desembocadura del viejo río Baetis, o, por ampliar el radio considerado, el marco general de los cursos inferiores de los ríos Guadalquivir y Guadalete, o, dicho de otro -y quizá mejor- modo, el ámbito conformado por el amplio paleoestuario y Bahía del Baetis (conocido en parte como lago Ligustinus merced a las fuentes clásicas), en el que se encuentra recogido el espacio del actual término municipal de Sanlúcar, viene a conformar uno de los espacios ciertamente privilegiados de la romanidad en la Península Ibérica.
No se trata de establecer referencias comparativas, ni de asentar una artificial “jerarquía” de romanidad en este Occidente, sino de reconocer que, cuando menos en el contexto de la provincia Baetica, creada por Augusto en las postrimerías del siglo I a.C., puede ser considerada la existencia de dos grandes ejes territoriales, económicos y políticos: de una parte, el triángulo Corduba-Astigi-Hispalis (Córdoba-Écija-Sevilla), y de otra el marco dual de la desembocadura del antiguo Guadalquivir-Baetis y la Bahía de Gades, y ello en función de las características económicas, poblacionales, administrativas (entre otras) de ambos ejes de referencia.
 
No hablaremos aquí con detenimiento de los resultados ofrecidos por la epigrafía, la numismática o la arqueología (datos contrastables con la información proporcionada a su vez por las fuentes literarias) en uno u otro marco. Señalaremos tan sólo, a los efectos que nos ocupan en estos párrafos, que el mayor volumen de actividad, la mayor intensidad de la presencia de estos territorios béticos (en los que se integra nuestro moderno territorio) en el conjunto general del Mundo Romano (algo de lo que son prueba, y no anécdota, tanto las evidencias materiales representadas por epígrafes, monedas, estatuaria, yacimientos arqueológicos…, como el peso de las élites locales en la cúpula del poder -senatorial e imperial- del estado romano -con una notable presencia de senadores béticos, con Trajano o Hadriano a la cabeza, a principios del siglo II d.C.) son factores todos que vienen a consolidar un marcado perfil en lo que respecta al rol desempeñado por los ejes andaluces (béticos, mejor dicho), interior y costero, y definidos por la presencia y papel del Baetis, en el complejo y articulado mundo romano.
 
Por lo que se circunscribe a nuestra localidad, frente a un más seguro despegue (y despliegue) de los análisis históricos sobre la misma, hemos asistido a un mucho más lento desarrollo de los estudios de naturaleza arqueológica relativos a nuestro término, los cuales han marchado al ritmo marcado por dos tambores: el de la gestión pública del Patrimonio y el de la evolución urbanística de la ciudad (no entraremos a contemplar aquí las -pocas- luces y las sombras de este particular en los últimos 20 años, desde la promulgación de la primera Ley del Patrimonio Histórico de Andalucía, en 1991, o la actual, de 2007).
 
La acción de la administración, pues, primero estatal y luego (desde mediados de los años ochenta y principios de los noventa del siglo pasado, merced a la Ley del PH española de 1985 y las andaluzas de 1991 y 2007) autonómica, y su aplicación de la Legislación vigente (Leyes y Decretos específicos sobre Patrimonio Monumental, Histórico, Arqueológico…) junto a la “industria del suelo” (con la correspondiente necesidad de incrementar los ritmos de intervención administrativa -lo que es decir, arqueológica), merced a la necesidad de aplicar la referida normativa legal a la igualmente referida “industria del suelo”, han llevado a que los estudios de carácter arqueológico se hayan incrementado en el conjunto general de Andalucía.
 
Pero este fenómeno no parece haber dejado una excesiva huella en el territorio de Sanlúcar de Barrameda, que no ha salido -en el relativamente corto espacio de tiempo (en términos históricos) del último medio siglo, desde las primeras intervenciones en Évora por los ya históricos investigadores Manuel Esteve Guerrero y Juan de Mata Carriazo- de la condición de “semidesierto” arqueológico, por así decirlo, y no ha logrado revelar aún su riqueza y enorme potencialidad en materia de Patrimonio Arqueológico.
 
Además, habida cuenta del estado global de las cosas, la situación y el panorama han variado sustancial y notablemente desde los años noventa del siglo pasado hasta hoy. Es seguro que la actual situación de crisis económica incidirá, a todas luces, en la evolución de la cuestión, si bien no puede convertirse en la excusa para que la gestión del Patrimonio Histórico (y en el seno de éste, del Patrimonio Arqueológico) entre en recesión o quede abandonada a la espera de tiempos mejores.
 
En nuestra localidad, la un día prevista y nunca realizada Carta Arqueológica del Término Municipal puede incluso aventurarse que (como concepto) puede ir quedando obsoleta (por más que resulte imprescindible), como documento administrativo y como herramienta de trabajo. La Ley del PH de Andalucía, de 2007 (la Ley 14/2007, de 26 de noviembre, del Patrimonio Histórico de Andalucía), y su Reglamento (cuya aprobación de seguro deberá producirse en breve, tanto por cuestiones técnicas como por evidentes razones de oportunidad y necesidad) establecen nuevos documentos, como las Cartas Patrimoniales, que superan a las anteriores Cartas Arqueológicas, a las que engloban.
En Sanlúcar, hoy por hoy, sólo contamos, como documentos generales, con los resultados de los trabajos de prospección de campo que se llevaron a cabo hace ya lustros, a finales de los años 80 (si bien es cierto que existen trabajos de investigación que en breve verán la luz y que harán avanzar nuestro conocimiento, remozando los datos hasta el momento conocidos sobre nuestra Arqueología local), ya que la Carta Arqueológica que tantas veces reivindicamos y que finalmente en su momento pareció ser asumida, en el momento presente no hay noticias que vaya a realizarse.
Cabe apuntar, además, que el modelo de las Cartas Arqueológicas como tales, va a ir quedando atrás como documento y como herramienta, pasando a requerirse un documento superior, la Carta Patrimonial, que incluye y engloba los contenidos de naturaleza arqueológica.
La protección y puesta en valor de un Patrimonio Histórico, con especial atención puesta en el Patrimonio Arqueológico, que cada vez más debe ser considerado como un recurso económico, es algo que no debería caer en saco roto, por el bien de Sanlúcar de Barrameda, por el bien de todos.
 
 
 
 

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