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Apuntes de Historia CLXVII
 
 
 
 
 
 
 
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13 de Marzo de 2016
Sanlúcar en Pigafetta (VI)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Tal y como venimos exponiendo a lo largo de las entregas anteriores de esta pequeña serie de artículos centrados en el navegante italiano Antonio Pigafetta y su obra, estamos buscando la traza de la huella de nuestra ciudad en las páginas del mencionado cronista del Viaje de Magallanes-Elcano (1519-1522), sirviéndonos para este estudio de la presencia de nuestra ciudad y su entorno inmediato en el conocido texto del citado Pigafetta, a través de más ediciones más recientes del mismo, a saber: la de Benito Caetano (de 2012) y la de nuestro paisano sanluqueño Francisco Pacheco Isla (de 2015).
Sabemos (lo venimos viendo a través de estos artículos aparecidos a lo largo de las últimas semanas en este medio) que no son pocas las menciones que el cronista de la Primera Vuelta al Mundo realiza, de una u otra forma, de (y sobre) nuestra ciudad, las cuales se encuentran en los párrafos del relato de este histórico Viaje que cambiaría la Historia del Mundo y que tuvo su punto de salida al mar (en 1519) y de regreso (tres años más tarde, en 1522) en Sanlúcar de Barrameda, precisamente, reinando el emperador Carlos V, allá por los primeros años del siglo XVI, hace ahora casi, casi, quinientos años justamente.

Hemos visto algunas de las formas bajo las que aparece nuestra ciudad, el todo o la parte de la misma, en el texto de Pigafetta, como es el caso de la mención de “San Lúcar”, cuya aparición en la edición de Caetano contemplábamos en los párrafos precedentes, y que en el texto de la edición de Francisco Pacheco aparece en la página 98, donde se recoge el pasaje del italiano que señala: “Continuando el descenso del Betis (sic), se pasa cerca de un pueblo llamado Coria y algunas otras aldeas hasta San Lúcar, castillo de propiedad del duque de Medina Sidonia. Ahí es donde está el puerto… [y se completa la cita en la página 99, donde se abunda en el detalle de la localización y se señala “…que da al Océano, a diez leguas y a Poniente del cabo de San Vicente, a 37o N.”].
 
He ahí la mención de “San Lucar” (Sanlúcar), junto a otras (como la del propio río Guadalquivir bajo su denominación latina de “Betis”, o la referencia a Sanlúcar como “castillo”, o la mención del duque de Medina Sidonia, aspectos sobre los que ya hemos adelantado contenidos y sobre los que habremos de volver más adelante en el curso de esta misma serie.
Otro de los hitos referenciales sobre nuestra ciudad que aparece asimismo en el texto de la Crónica de Pigafetta es el de la mención de “Barrameda”. Así, “Barrameda”, la “Tierra Firme entre Marismas” (o “entre aguas someras”), es el segundo término del nombre compuesto de la localidad (“Sanlúcar de Barrameda”), que bien puede reflejar una realidad dual, un doble poblamiento, o dos núcleos con existencia histórica.
Uno de estos núcleos ha de ser el del “Santo Lugar”, o “Sant Locar”, del que deriva el término “Sanlúcar”, y que bien podría guardar relación con la herencia (a lo largo del tiempo, de los siglos) como santuario, como espacio sagrado, del viejo Luciferi Fanum (el Templo del Lucero, o de la Venus Marina, el Lucero Vespertino) de tiempos romanos.
 
En lo que toca al otro núcleo (que se encuentra también en el nombre de la ciudad), la “Barrameda” ya mencionada en las Cantigas de Alfonso X el Sabio como lugar donde se produciría un milagro mariano, mostrando así una fuerte vinculación con la presencia de un elemento de carácter divino y naturaleza femenina desde tiempos antiguos, que habría transmutado en santuario mariano (en espacio con advocación mariana propia, Nuestra Señora de Barrameda) en tiempos cristianos.
 
En Sanlúcar de Barrameda existen históricamente diversas advocaciones marianas relacionadas con la navegación, los marinos y navegantes, sin olvidar al mundo de la pesca; entre dichas advocaciones, y junto a la de la Virgen del Carmen, universalmente relacionada con la mar y protectora de marinos desde, al menos, época medieval (con una fuerte relación con las Cruzadas y las navegaciones desde Europa a Tierra Santa, al Levante mediterráneo, con el Monte Carmelo como santuario e hito geográfico de referencia para dichos navegantes) se cuentan, de este modo, las de Barrameda y Bonanza (por ejemplo).
 
Esta última, la advocación de Nuestra Señora de Bonanza, está directamente relacionada con la Madonna di Bonaria, de Cagliari (Cerdeña, Italia, donde tiene un santuario que corona las alturas inmediatas a la ciudad y a la hermosa Bahía cagliaritana), desde donde habría llegado en época medieval a Sanlúcar de Barrameda; esta advocación de Bonaria-Bonanza (o del “Buen Aire”, esa bonanza del viento y el tiempo tan cara como necesaria para los navegantes) daría nombre (por ejemplo), andando el tiempo, a la capital de la República Argentina, la Ciudad y Puerto de Nuestra Señora de los Buenos Aires, fundada en el siglo XVI (tras diversos avatares) por una expedición que originalmente zarpase desde Sanlúcar de Barrameda.
 
La advocación de Barrameda debió recibir su nombre por el emplazamiento de la misma, en la zona de la Barrameda, de la “Tierra Firme entre Marismas”, que no sólo proporciona la segunda parte del nombre a Sanlúcar, sino que constituye una de las posiblemente dos realidades poblacionales históricas sobre las que se construyese esa realidad dual que sería Sanlúcar de Barrameda; dicha zona de Barrameda habría de ser localizada en los entornos actuales de Bonanza-La Algaida, en la antigua punta de flecha de tierra firme consolidada en un entorno litoral y marismeño (de un lado de la misma, el río-mar, de otro, el río-lago Ligustino) que ya existe en época protohistórica en el contexto meridional y costero del viejo Lago Ligustino, en el corazón del antiguo SinusTartessii de las fuentes clásicas.
 
Y en la edición de Caetano, en su página 12 por más señas, encontramos la cita del texto de Pigafetta que nos ocupa: “Algunos días después, el comandante en jefe y los capitanes de las otras naves se vinieron en las chalupas desde Sevilla hasta San Lúcar, y se acabó de vituallar la escuadra. Todas las mañanas se bajaba a tierra para oír la misa en la iglesia de N.S. de Barrameda; y antes de partir, el jefe determinó que toda la tripulación se confesase, prohibiendo en absoluto que se embarcase mujer alguna en la escuadra”.
 
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