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Apuntes de Historia CLXX
 
 
 
 
 
 
 
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03 de Abril de 2016
Sanlúcar en Pigafetta (IX)
 Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Continuaremos en el presente texto contemplando algunas de las diferentes formas en las que Pigafetta plasma en sus párrafos la presencia de Sanlúcar de Barrameda en la proeza de Magallanes-Elcano.
De esta manera, y junto a otras denominaciones ya consideradas en los anteriores artículos, en el texto de Pigafetta encontraremos también el término “castillo” en referencia a Sanlúcar de Barrameda; viene a representar una mención (general y por extensión) del recinto amurallado de Sanlúcar de Barrameda, ciudad que contaba con una cinta de muralla erigida por los Guzmanes a lo largo del siglo XIV y que habría ampliado el perímetro amurallado del casco urbano de la localidad, llevándolo más allá de la cerca de la muralla de tapial de época islámica precedente (que se remonta, en los -escasos- restos conocidos y conservados, posiblemente hasta los siglos XI-XII, esto es, a época almorávide).
La Sanlúcar de Barrameda de tiempos medievales, ya se tratase del recinto murado islámico, el Hisn, del Barrio Alto (circunscrito a los entornos de la actual Plaza de La Paz, esencialmente), de los siglos XI-XII (cuando menos) ya se tratase de la cinta muraria cristiana, erigida por los Guzmán en el Trescientos (con un recinto ampliado respecto a la etapa precedente, pero aún limitado a la Corona de la Barranca, al corazón del Barrio Alto sanluqueño), presentaría en la época de la Circunnavegación un aspecto defensivo notable, a lo que hace alusión Pigafetta mediante el empleo del término “castillo”.

Así, el autor se refiere a Sanlúcar llamándola “castillo” en relación con su naturaleza de plaza fuerte, y en función de su recinto amurallado; no se refiere específicamente al castillo de Santiago, sino al conjunto de la villa amurallada de Sanlúcar de Barrameda, que es lo que se guarda bajo dicha denominación de “castillo” empleada por el navegante italiano en este caso (castillo: Caetano, página 12; Pacheco, página 98), significando y poniendo de relieve el italiano, además, el papel nada desdeñable desempeñado por nuestra localidad en la guarda del río y la protección de su desembocadura y la navegación por el mismo y sus aguas (con lo que ello afectaba a la seguridad del interior del reino de Sevilla y de la propia capital del mismo, la propia ciudad hispalense).
 
 Conviene que no olvidemos en este sentido que el texto de Pigafetta estaba destinado a ser leído por los soberaños extranjeros a los que se lo entregó, como el Rey de Portugal o la Regente de Francia, o el Gran Maestre de la Soberana Orden de los Caballeros de Malta, Felipe Villiers d’Isle-Adam, de quien (y de cuya hipotética relación con Pigafetta) nos hemos ocupado con anterioridad en precedentes artículos de esta misma serie.
 
De hecho, el muy hábil Antonio Pigafetta (hábil como redactor del relato del viaje, y hábil a la hora de relacionarse con los monarcas de su tiempo, como vemos) no descuida ni pasa por alto el detalle de que los lectores de su texto estarán muy interesados en todos los pormenores del mismo, en lo que se refiere a las cuestiones relativas a las tierras lejanas respecto a Europa, sí, pero también en lo relativo a la expedición en sus fases peninsulares.
 
En este sentido habría de resultar fundamental para los soberanos europeos toda la información que Pigafetta pudiese proporcionar en relación con Sevilla, con el río Guadalquivir, la propia ciudad de Sanlúcar de Barrameda, y, además de estos elementos continentales, con las islas Canarias, paisajes y parajes todos de soberanía castellana.
El conocimiento de los mayores detalles relativos a estos mismos lugares, insistimos, pues, habría de resultar sin lugar a dudas de un enorme interés para los soberanos europeos de la época como los que fueron destinatarios de la información sobre el viaje redactada por el italiano Pigafetta y a los que hemos mencionado hace un momento.
 
En este sentido y como señalamos, Pigafetta emplea el término “castillo” para referirse al conjunto de Sanlúcar de Barrameda, a la villa entonces amurallada, al casco urbano de la ciudad, circunscrito en aquellos entonces (los primeros años del siglo XVI) a la corona del Barrio Alto y el Arrabal de la Ribera (con la antigua Judería), espacio este último que se encontraba comprendido (en todo o en parte) en el entorno de calles como las actuales Baños, del Truco, Bretones, Trascuesta, San Jorge, Regina y Carmen Viejo (fundamentalmente), así como algunas otras vías aledañas e inmediatas a éstas (caso de la calle Zárate, donde se encuentra la Casa de los Arcos, que hemos estudiado y publicado en forma de libro monográfico, al tiempo que hemos presentado los resultados de dicho estudio sobre una casa de los siglos XV y XVI en estas páginas igualmente).
 
Benito Caetano, en la página 12 de su edición del texto pigafettiano, señala:“Continuando el descenso del Betis, se pasa cerca de Coria y algunas otras aldeas hasta San Lúcar, castillo de propiedad del duque de Medina Sidonia. Ahí es donde está el puerto que da al océano, a diez leguas del cabo de San Vicente, en el grado 37 de latitud norte. De Sevilla a este puerto hay de diecisiete a veinte leguas”.
De otra parte, Pacheco Isla, en las páginas 98 y 99 de su edición de la Crónica de Pigafetta recoge que: “Continuando el descenso del Betis, se pasa cerca de un pueblo llamado Coria y algunas otras aldeas hasta San Lúcar, castillo de propiedad del duque de Medina Sidonia. Ahí es donde está el puerto que da al Océano, a diez leguas y a Poniente del cabo de San Vicente, a 37o N. De San Lúcar a Sevilla por el río, habrá de 17 a 20 leguas”.
 
Cabe señalar que en este mismo párrafo encontramos la asociación de ideas entre “castillo” (la forma en que Pigafetta nombra a Sanlúcar en esta ocasión, haciendo referencia a su naturaleza amurallada, a su recinto murado, la cerca guzmana medieval en cuyo interior se recogía la ciudad histórica) y “duque de Medina Sidonia” (término ya considerado en un capítulo precedente), el señor de la ciudad, y, por ende, de dicho “castillo”, de esta ciudad-fortaleza que guardaba la desembocadura del río Guadalquivir, el gran río andaluz cuya mención también aparece en las páginas de Pigafetta y su Crónica.
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