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Apuntes de Historia CLXXI
 
 
 
 
 
 
 
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09 de Abril de 2016
Sanlúcar en Pigafetta (X)
 Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Otros dos términos de especial interés de entre aquellos utilizados por Antonio Pigafetta y que se han considerado igualmente son los que recogen la mención directa del río Guadalquivir en los párrafos de su Crónica del Viaje de Circunnavegación de la Tierra por la Expedición de Magallanes-Elcano.
En este sentido cabe señalar que el cronista italiano viene a emplear dos denominaciones distintas a la hora de traer a sus páginas el reflejo de las aguas de este curso fluvial, dos denominaciones como son la de “Guadalquivir” y la de “Betis”, esto es, el nombre del río en el momento de redacción de sus párrafos (y en la actualidad), y el viejo nombre latino del mismo curso fluvial.
La primera de estas denominaciones aparece en la página 12 de la edición de Benito Caetano (“Guadalquivir”: Caetano, 12), en un contexto en el que se hace referencia a los restos de un puente (en concreto a dos pilares) que habría podido existir sobre el río a la altura de San Juan de Alfarache (esto es, San Juan de Aznalfarache, en la actual provincia de Sevilla), en las inmediaciones de la ciudad de Sevilla.

Estos restos de estructuras reflejados en el texto de Pigafetta pudieron quizá pertenecer bien a un paso firme de quizá escasa duración (o incluso frustrado), bien a una estructura más compleja que combinase un hipotético paso firme parcial con un paso mediante barcas (algo habitual en determinados ríos en época romana -y no sólo romana), pues sabemos que hasta la construcción del Puente de Isabel II (o de Triana, como es popularmente conocido), al paso del río por la ciudad de Sevilla, a mediados del siglo XIX, no existía ningún paso firme sobre las aguas del Guadalquivir aguas abajo de Córdoba.
 
De hecho, el puente romano de Córdoba (la romana Corduba, capital de la provincia Baetica) constituía, desde la Antigüedad, el paso firme situado más al Sur en el cauce del río, siendo de otra parte el puente de barcas de Sevilla el paso estable (estable aunque móvil) más meridional en términos absolutos (existiendo diversos pasos con barcas aguas abajo de la capital hispalense, pero no ningún puente ya fuera de barcas o firme, estructural, en dichos entornos) sobre las aguas del viejo flumen Baetis de los romanos.
Señala Pigafetta, en cualquier caso, que la existencia de los citados pilares (que se encontraban sumergidos), hace muy difícil la navegación, creando unas condiciones para la misma que exigían que el paso por dicha zona se llevase a cabo con un muy especial cuidado, siendo imprescindible contar para ello con el concurso de pilotos expertos que conociesen bien el lugar y efectuándolo aprovechando la marea alta, referencia con la que el italiano deja constancia además de los efectos y de la acción de las mareas en el río Guadalquivir tierra adentro (un fenómeno bien conocido históricamente).
 
De este modo viene así a poner de manifiesto el cronista italiano el carácter marino de la navegación interior por el gran río andaluz, y lo imprescindible que resultaba navegar el río de la mano de peritos en su curso, de prácticos del río, de cara a evitar los obstáculos naturales de su navegación tanto como los hándicaps e inconvenientes que dicho cauce podía presentar como consecuencia de la plurisecular e intensa acción de la intervención humana.
 
En este sentido es de mencionar siquiera el esfuerzo prolongado e intenso realizado por el estado romano para mantener y asegurar la navegación y la navegabilidad del gran río andaluz (algo, la navegación del río en época romana) de lo que nos hemos ocupado en anteriores artículos de esta misma serie; estas intervenciones romanas en el río, en la forma de portus, de diques de ribera, de muelles, de puntos de cruce mediante barcas de paso o incluso de puentes de barcas (con las necesarias estructuras en las orillas), así como de caminos de sirga (destinados al halado de las embarcaciones desde las riberas), dejarían, llegada la pérdida de su uso, sus huellas en el contexto y ámbito del curso fluvial, en su caso en la forma (incluso) de ruinas, de elementos que podrían convertirse en obstáculos para la propia navegación del río, caso de los referidos “pilares” a los que Pigafetta hace alusión en su texto, en el pasaje que venimos considerando
 
En lo que atañe a la primera de dichas denominaciones con las que el italiano se detiene a considerar la presencia del río, y con ello -tangencialmente- del contexto natural y paisajístico en el que se inserta nuestra ciudad, la de “Guadalquivir”, la encontramos en la página 12 de la edición de Benito Caetano y en la página 98 (fértiles en referencias ambas páginas) de la edición de nuestro Pacheco Isla sobre el texto de Antonio Pigafetta.
 
Por su parte, Caetano (en la citada página 12 de su edición del Pigafetta) señala: “Descendimos el río Betis hasta el puente del Guadalquivir, pasando cerca de Juan de Alfarache, en otro tiempo ciudad de los moros, muy poblada, donde había un puente del que no quedan más vestigios que dos pilares debajo del agua, de los cuales es preciso precaverse, y para no correr riesgo alguno, debe navegarse en este paraje con la alta marea y ayuda de pilotos”.
 
Por su parte, nuestro paisano Francisco Pacheco (en la página 98 de su edición) señala que “Descendimos el río Betis hasta el puente del Guadalquivir, pasando cerca de Juan de Alfarache, en otro tiempo ciudad moruna, donde había un puente del que no quedan más vestigios que dos pilares bajo el agua, de los cuales es preciso navegar sin riesgo entre ellos, por lo que es necesario llevar pilotos del río, previsión también necesaria en el resto del curso, porque hay varios bajos; el paso por estos sitios debe hacerse con marea alta para no correr riesgo alguno”.
 
El río, ser y esencia de la región, espejo donde se refleja la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, puerta de Andalucía y de los reinos del viejo valle del Baetis romano, tiene de este modo un primer asomo directo en los párrafos del italiano Antonio Pigafetta, quien deja ese nada inocente apunte sobre uno de los obstáculos de la navegación del río justo aguas debajo de Sevilla, un dato ciertamente interesante para quien quisiera acercarse surcando las aguas del cauce bético hasta la vieja capital hispalense, que, no olvidemos, entró en el reino de Castilla (y se reintegró definitivamente en el horizonte cultural europeo) merced al río, y a los barcos norteños de la flota del almirante Ramón Bonifaz, allá por los mediados del muy lejano siglo XIII (en 1248), efeméride de la cual dentro de no mucho se cumplirá el VIII Centenario.
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