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Apuntes de Historia CLXXXIII
 
 
 
 
 
 
 
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02 de Julio de 2016
Expansión urbana medieval cristiana IX
Manuel Jesús Parodi.-La Sanlúcar bajomedieval, castellana ya desde la segunda mitad del siglo XIII, experimentaría en su casco urbano una serie de transformaciones que llevarían a este entorno a convertirse en el embrión de lo que hoy conocemos, en esa ciudad histórica dual articulada en los dos núcleos del Barrio Alto y el Barrio Bajo (sin demérito de otros espacios de la ciudad con identidad propia, como es el caso de la zona y barrio de Bonanza, o del Mazacote, ése tan interesante rincón de la Sanlúcar histórica que tanto tiene aún que revelar sobre nuestro pasado).
Hemos podido ver en los artículos anteriores de esta serie cómo la villa vieja islámica sanluqueña (que ya se llamaba “Sanlúcar”) iría dando paso, de la mano de los Guzmanes, a la nueva villa cristiana, en el tránsito de los siglos XIII al XIV, o mejor dicho, a lo largo de un proceso que se desarrollaría durante el siglo XIV, momento histórico que en Italia alumbraría el Renacimiento y durante el cual Sanlúcar de Barrameda conocería, cabe señalar, un “renacimiento” propio, especial y específico, por así decirlo.

 Apuntábamos en nuestro anterior texto que el tiempo es la gran e inexorable máquina del cambio, y nos permitimos ahora apuntar que no podemos olvidar que la Historia debe ser expresión, y testigo, de dichos cambios, siendo la misión del historiador el estudio, el análisis y la explicación de la evolución de las sociedades humanas en el Tiempo y el Espacio (y no la mera repetición de hechos, de cuestiones materiales puntuales, más o menos ajustadas a lo que pudo ser la realidad en un determinado momento), que son los parámetros en los que se desarrolla la acción humana.
Señalábamos hace unos días, además, que todo, tanto las cuestiones de orden natural como los asuntos humanos, merced a la acción de ese elemento de desgaste (y de evolución) ya mencionado que es el tiempo, cambia, se mueve, evoluciona, en una dirección u otra, cambiando formas y fondos e incluso alterando la propia esencia por el efecto de la sucesión y acumulación de cambios, de mutaciones…, unos cambios que considerados individualmente pueden ser –quizá en apariencia, quizá en realidad- de índole menor pero que -cuando sumados- pueden llegar a producir cambios esenciales, estructurales, que pueden a su vez y de hecho llevar a cambios de naturaleza mayor la visibilidad, plasmación y materialización de los cuales no necesariamente se producen, en sus fases finales a lo largo de largos períodos de tiempo.
 
Así, y de este modo, las mutaciones estructurales (de carácter económico, social, político, cultural…) pueden producirse, en la Historia, como consecuencia de procesos complejos, de largo período, de largo radio y rango (y desarrollados poco a poco, paulatinamente, a lo largo de lo que contemplado con los ojos de una vida humana parece mucho tiempo y que en términos históricos, de todos modos, quizá no lo sea tanto), pero que “cristalizan” en un momento determinado y dan a luz a una nueva realidad que, a veces, parece salida de la nada, o difícilmente relacionable con el mundo del que parte y a partir del cual se forma, se gesta, se crea y nace.
 
Amén de situaciones concretas que el lector pueda identificar (y que se estén produciendo en el momento en el que por primera vez lee estos párrafos, o que se hayan podido producir en un pasado histórico más o menos lejano a la realidad del mismo lector), una realidad histórica cualquiera (insistimos: política, económica, social cultural…) aparentemente estable puede mutar, puede cambiar, como consecuencia de procesos de mayor o menor velocidad, de mayor o menor duración, de mayor o menor intensidad, unos procesos que en virtud y función de su propia naturaleza y velocidad serán percibidos de una u otra forma por quienes los experimentan (a título particular, los individuos, o colectivo, los cuerpos sociales), de quienes, llegado el caso y en función de lo que se trate, los sienten, disfrutan, sufren o padecen.
 
Y precisamente ello es lo que sucedería en (y con) la Sanlúcar medieval cristiana en sus primeros momentos: la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, que sigue siendo la misma realidad identitaria desde sus primeros pasos, desde los primeros momentos -que conocemos- en los que, como señalábamos, se manifiesta como tal conjunto, como tal cuerpo social y como tal entidad en el espacio (como conjunto urbano, de mayor o menor entidad), que (podemos considerar) es Sanlúcar desde antes incluso de llamarse así, tiene en la segunda mitad del siglo XIII un momento axial, de transición, a una realidad nueva, que se funde con lo anterior en un proceso que culminaría con una serie de transformaciones materiales (reflejo de las transformaciones esenciales) una de las más vistosas de las cuales, de las más fácilmente contrastables, habría de ser precisamente la expansión, el crecimiento, de su casco urbano amurallado.
 
No dejaremos pasar la ocasión sin insistir en que cuando hablamos de la “ciudad” (Sanlúcar de Barrameda en este caso concreto) es imprescindible no perder de vista que estamos haciendo referencia tanto al espacio “urbano” de la misma (como decíamos, con independencia y al margen de la propia envergadura, extensión y consistencia que dicho espacio urbano llegase a tener) como de la comunidad de habitantes de dicho espacio: la “civitas” como concepto doble, que concierne y define tanto al espacio físico de la ciudad como a los habitantes (y por ello, y por ende, a los creadores y transformadores) de dicho espacio material, en el más puro sentido romano del concepto: en Roma, la “civitas” es tanto la ciudad-casco urbano como la ciudad-cuerpo social de la misma: el mismo concepto engloba a lo urbano y a lo humano, a lo monumental y a la comunidad que lo habita, al conjunto de los ciudadanos.
 
Abundando en esta reflexión-digresión, es de señalar en que castellano (y a partir de ese concepto latino de “civitas”) se desarrollan los términos (y conceptos) de “ciudad” y “ciudadanía”, atañendo el primero de ellos a la ciudad -propiamente dicha- como espacio habitable y habitado (a lo material, a lo urbano…), mientras el segundo (dicho mal y pronto) envuelve y define a las personas que habitan (y que por tanto forman y dan forma) a dicho espacio.
 
Sanlúcar de Barrameda, como venimos señalando, experimenta (protagoniza) uno de esos momentos de mutación (desde la evolución) en el transcurso del siglo XIV, un particular “renacimiento” que habría de a llevarla a un profundo cambio de la mano de los nuevos pobladores de la villa y de sus nuevos señores, los Guzmán, habiendo entrado (ya desde mediados del siglo XIII, merced a la conquista alfonsí de estas tierras, en 1264) a formar parte de un circuito (cultural, político, religioso, social) distinto de aquél al que había pertenecido con anterioridad (esto es, el mundo del septentrión mediterráneo, cristiano, y que quiere buscar sus señas de identidad en la romanidad, frente al mundo del meridión mediterráneo, musulmán, y que había de largo cortado amarras ideológicamente con el pasado clásico del Mare Nostrum).
 
Ciñéndonos a lo estrictamente material, no se trata sólo de que se amplíe una cinta muraria, de que un recinto murado sea de mayor o menor radio, de que una cerca de tapial sea sustituida por una muralla de piedra, o de que se ensanchen los horizontes de un casco urbano medieval en el tránsito entre dos siglos.
 
Se trata, en realidad, y desde esta óptica, de que Sanlúcar de Barrameda conocería y desarrollaría desde los siglos XIII-XIV una realidad nueva, que parte de las bases ya existentes en lo material, y que sentaría unas nuevas bases para su posterior desarrollo urbano, material, histórico…
 
Arrabales, extramuros, barrios comerciales, zonas de producción, edificios fabriles, iglesias nuevas situadas fuera del ámbito de las murallas, puertas monumentales que llevan a barrios emplazados en el exterior de la cerca muraria, una villa, una ciudad, que sigue creciendo de la mano de la Historia, de su propia Historia, de la Historia que ella misma construye paso a paso, ahora como hace dos mil años, ahora como en tiempos de los primeros Guzmanes, o de los primeros almorávides.    
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