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Apuntes de Historia CLXXXVI
 
 
 
 
 
 
 
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23 de Julio de 2016
Expansión urbana medieval cristiana XII
Manuel Jesús Parodi.-La fisonomía del espacio antrópico, antropizado, tiene todo que ver con la presencia humana, con la mano humana que lo modela y lo transforma, llevando a cabo tales cambios, acumulativos los más (cuando no destructivos), que llega a alterar irremisiblemente paisajes y entornos.        
      
Ello no es menos cierto en lo que atañe al propio espacio humano, a los espacios urbanos diseñados (si tal puede decirse, que de todo hay y ha habido en la Historia) “e principio”, ex novo, por esa misma mano humana que altera los ritmos de la naturaleza siguiendo, dicho sea de paso y en lo que atañe a nuestra tradición cultural, los mandatos divinos expresados en el Génesis (I.28), cuando el texto sagrado dice aquello de “creced y multiplicaos”, un mandato divino que nuestra especie (singularmente en el contexto occidental), ha venido siguiendo a rajatabla una vez rotos los tabúes del pensamiento antiguo…

          
Pues bien, en los espacios urbanos (los más antrópicos de los espacios, quizá…) sucede también que el paso del tiempo -y con ello y al mismo tiempo la acción de la mano humana- continuamente va generando transformaciones que, sumadas, llegan a cambiar tanto un determinado perfil de la ciudad que pueden incluso llevar a hacer desaparecer trazos y trazas de épocas que van poco a poco quedando atrás en el tiempo, borradas por la misma acción de la Historia.
               
Sanlúcar de Barrameda conocería una gran transformación, que habría de revelarse como definitiva en el tránsito hacia la Baja Edad Media, esto es, y a grandes líneas, en el siglo XIV, o, mejor decir, en el largo período comprendido entre los siglos XIV y XV.
               
l recinto de las murallas cristianas erigidas por los guzmanes a raíz de su ejercicio del señorío sobre la villa sanluqueña (desde 1297, como sabemos) sería finalmente rebasado por el casco urbano de la referida villa, que se abriría a los espacios exteriores al ya mencionado recinto murario fortificado medieval, buscando, especialmente, la orilla, el río, el mar, y con ello, el comercio y los servicios que el ámbito de interacción con el elemento acuático (la playa) podían prestar a unas actividades comerciales que en nuestra ciudad no es difícil entender tan estrechamente relacionadas con la navegación, con la apertura al exterior que brinda precisamente el carácter costero de Sanlúcar de Barrameda.
               
Los arrabales de la villa, como venimos contemplando, surgirían especialmente en los entornos de las puertas de la ciudad, y de sus portillos (esto es, de los accesos, en zonas de tránsito entre los interiores y los exteriores del recinto murado), y en ello no sería una excepción el Arrabal de La Ribera, que conocería carta de naturaleza a finales del siglo XV, como es sabido.
Como señalábamos en párrafos precedentes, en dicho momento el caserío de la villa habría de trascender de los límites de la Barranca, desbordándose extramoenia (esto es, fuera de las murallas), para buscar la cercanía de la mar y del río, por el espinazo de la Cuesta de Belén y eludiendo quizá a la antigua judería local, que podría haber constituido el verdadero y primer embrión (ya desde época islámica) del actual Barrio Bajo, siendo (también quizá) el primer espacio del caserío central sanluqueño desarrollado al pie de la Barranca.
 
Y son de mencionar los viejos espacios de la que venimos llamando la “villa vieja” de Sanlúcar, espacios tales como la Judería del Barrio Bajo (núcleo embrionario, quizá, del mismo Barrio Bajo), el recinto del no menos antiguo “Hisn” medieval islámico del Barrio Alto, provisto de su muro de tapial (del que alguna traza se conserva aún en la actualidad, precaria y debilitada, pero en pie, o embutida -e invisible- en edificios de dicho entorno)…, así como es igualmente digno de mención el no menos viejo ribat sanluqueño (aún hoy escondido bajo los muros del Palacio Ducal de Medinasidonia).
 
se abrirían a los vientos de cambio y a la evolución que la entonces villa y hoy ciudad habría de experimentar a partir del referido siglo XIV, unos cambios que acabarían dando forma a ese espacio histórico bien definido de la ciudad y que conocemos habitualmente bajo la denominación tradicional de “Barrio Bajo” de Sanlúcar de Barrameda, una denominación que recoge y guarda una amalgama de espacios (la ya mencionada Judería, el Camino de Barrameda -o “hacia Barrameda” (baste recordar cómo dicho camino está cristalizado en la toponimia urbana actual bajo la forma de la calle Barrameda…), ese espacio tan desconocido como interesante-, la zona del Barrio Bajo guzmano, con su iglesia de Santo Domingo y sus “Siete Revueltas”, el Mazacote, por otro lado (incluso literalmente) con su propia historia a cuestas, y la playa, ondulante y sinuosa…).
 
El esencial papel estratégico (en lo económico, en lo territorial, en lo político, en lo militar…) del río Guadalquivir habría de marcar el ritmo cotidiano de la vida de la vieja villa sanluqueña, y los nuevos señores de Sanlúcar de Barrameda habrían de tener en el propio río una de sus principales herramientas para el control de sus muy extensos señoríos territoriales en el marco de la Andalucía Occidental, e igualmente un más que útil mecanismo de desarrollo de su política atlántica y así como un arma para el despliegue de sus estrategias e intereses en el contexto del viejo Fretum Gaditanum de los romanos, el muy complejo, articulado y polimórfico  espacio del Estrecho de Gibraltar, un espacio marítimo del que no cabe desgajar  sus orillas septentrional y meridional.
Así, y como hemos señalado previamente, habrían de ser estos intereses marítimos de los guzmanes, con el río y el mar como mecanismos de expresión de los mismos los agentes esenciales de cara a la expansión, extramuros y hacia la playa, de la villa, y ello habría de hallar un reflejo en la forma en que la ciudad se encaminaría hacia su crecimiento en el Arrabal de la Ribera, desbordándose hacia (y por) los contorno del Barrio Bajo.
 
La zona, vieja y relativamente apartada (por constituir un espacio aparte, en sí mismo, al margen de la ciudad de la Barranca, casi), de la Judería, encontraría un espacio paralelo en la zona comercial que se desarrollaría a partir de este nuevo crecimiento de la Sanlúcar cristiana de los siglos XIV y XV, abriéndose una (Judería) y otra (la zona del Arrabal de la Ribera) a uno y otro lao de la calle Bretones, en paralelo (grosso modo) a la ribera, a la orilla, a la línea de costa.
Y a este espacio, nuevo y distinto, rico y dinámico, vivo y abierto hacia el mar, hacia el río y hacia la playa pero también hacia Barrameda, hacia la zona de esa Barrameda, ese ámbito de Bonanza que desde siempre cuenta con personalidad propia, con identidad propia, con carácter propio…, dedicaremos las próximas líneas de esta serie.
 
Y encontraremos iglesias viejas que aún dan amparo a fieles y creyentes, iglesias que nos hablan de tierras nuevas, afortunadas y fantásticas, perdidas en un Occidente que una vez fue misterioso y hoy es cotidiano, iglesias que nos hablan del perdido y efímero reino de los Guzmán en ese Occidente que Roma ya descubrió para Europa, iglesias que hablan de persecuciones religiosas en el Norte, de viejas rencillas religiosas y de presencias norteñas, tan habituales, en estas tierras…
 
Y junto a esas iglesias hablaremos de instalaciones fabriles, de atarazanas y de chancas, de calles que guardan en su nombre el secreto de lo que se perdió y de espacios que la ciudad dedicó a la construcción naval hace ya medio milenio (cuando no, incluso, algo más…).
Y todo ello se conjugaría, con el bullicio comercial de la calle de los Bretones y sus aledaños, en el contexto del viejo (y una vez nuevo) Arrabal de la Ribera, un espacio urbano que recibiría carta de naturaleza hace más de medio milenio, allá por el lejano año 1478, de la mano del II Duque de Medinasidonia, don Enrique, el fautor del castillo de Santiago, uno de los grandes impulsores de la historia de esta ciudad, cuando comenzaba a reinar sobre Castilla la reina Isabel I, a la que la Historia dio en llamar por su título pontificio de “Católica”.
 
Un entorno, el del incipiente Barrio Bajo, en el que marcharían de la mano, en su día a día, ámbitos tan distintos como el de la Judería ya extinta, el nuevo barrio comercial de la villa, las ajetreadas zonas “industriales” de la localidad, orientadas hacia el mar y el río, los ya citados -a vuelapluma- edificios religiosos, la playa y el río, y la sombra, siempre presente, siempre vigilante, del Palacio, de los Señores de Sanlúcar, asomados a este mundo agitado del Barrio Bajo desde sus alturas, desde sus balcones del Barrio Alto (y, también, aunque por personas interpuestas, desde su oficina de Las Covachas, desde donde si una vez se comerció, antes quizá se cobraron impuestos de paso, el equivalente a los “portoria” de época romana, conocidos como “consumos”, en el pasado siglo XX).
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