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Apuntes de Historia CXCIII
 
 
 
 
 
 
 
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11 de Septiembre de 2016
La Primera Vuelta al Mundo. Algunas consideraciones (I)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Hace ahora casi quinientos años, hace ahora casi medio milenio, uno de esos puñados de valientes de los que a veces la Historia se hace eco llegó por mar a la ciudad de Sanlúcar de Barrameda, agotados, casi olvidados de todos, inesperados, ignotos.
Que un barco llegase a las orillas de Sanlúcar de Barrameda, ya fuese en el siglo XIV, XV, XVI (o antes…), no tendría nada de extraordinario: las riberas sanluqueñas estaban bien acostumbradas a recibir naves de manera cotidiana, siendo el de Sanlúcar un enclave esencial, importantísimo, en la desembocadura del Guadalquivir y el Golfo de Cádiz, un punto de inflexión en las navegaciones entre el Mediterráneo y el Atlántico, entre el mundo europeo y África, entre el interior del valle del Guadalquivir, con el gran núcleo y puerto hispalense, y las rutas oceánicas que abrían el camino hacia el mundo exterior.

           
Que una embarcación procedente de lejanas tierras llegase al puerto sanluqueño tras una navegación larga, muy larga, tampoco tenía en principio nada de extraordinario, nada de particular: este fertilísimo e histórico eje de comunicaciones que representaba (y representa) la desembocadura del viejo río Baetis sabía bien lo que era contemplar la presencia de naves y gentes procedentes de distantes tierras, de paisajes lejanos, de geografías remotas, y ello a lo largo de los siglos, desde la Antigüedad, cuando ya los navegantes fenicios alcanzaban estas costas de forma habitual (hasta establecerse en las mismas y su entorno), hasta los años de la Edad Media, cuando los hombres del Norte, los vikingos, asolarían este litoral allá por el siglo IX, cuando era el poder islámico el que controlaba las riberas del Guadalquivir, el río Grande.
           
Que una navegación larga y dura llevase al agotamiento de los marinos, a la extenuación de los navegantes, por más avezados que éstos fueran, y que hombres que una vez pasaron por Sanlúcar pudieran ser olvidados por quienes quizá tuvieron poco tiempo para tratarlos, o no los trataron en absoluto, tampoco viene a ser nada extraordinario: un puerto tan frecuentado, con tanta actividad como el sanluqueño, vendría a ser un lugar de paso para cientos, miles de marinos al cabo de un año, de modo que los rostros de tantos embarcados, de paso quizá fugaz por la ciudad, tampoco habrían tenido forma de dejar una honda huella entre los vecinos de la Sanlúcar de su época.
           
Así pues, ¿qué podía tener, en realidad, de especial, de verdaderamente extraordinario, el hecho de que una embarcación procedente de lejanas tierras llegase al puerto, al litoral sanluqueño, tras una larga navegación…?
           
Lo que hacía de ese grupo de valientes algo extraordinario, algo verdaderamente singular era justamente todo lo que les envolvía, todo lo que les rodeaba, todo lo que venían a ser, todo lo que eran, desde la propia naturaleza de la embarcación en la que llegaron a la orilla sanluqueña, la propia naturaleza del viaje que les había llevado tan, tan, tan lejos para devolverles, precisamente, al punto de partida desde el que se despidieron de las orillas europeas tres años antes, la propia esencia de la expedición, su desenvolvimiento a través de los prados azules de Neptuno y el mismo y mero hecho de que, como se ha señalado, después de tres años de navegación hubiesen conseguido volver a Sanlúcar de Barrameda un seis de septiembre tras haber zarpado de Sanlúcar de Barrameda un veinte de septiembre de tres años antes, culminando entre 1519 y 1522 la Primera Circunnavegación de la Tierra, la Primera Vuelta al Mundo.
           
Ese puñado de valientes a bordo de un solo barco, agotados, mermados por un viaje extraordinario en el que habían estado sujetos a toda clase de avatares, a toda clase de aventuras, a las inclemencias de los mares, de los vientos, de las tempestades, de los ataques de quienes quisieron impedir su navegación, en diversos puntos de su ruta, y a punto estuvieron de conseguir su propósito, ese puñado de valientes, ni una veintena de hombres, eran lo que quedaba del conjunto de más de doscientos marinos que una vez zarpase de Sanlúcar de Barrameda a bordo de las cinco naves que formaban la flotilla comandada en su día por Hernando de Magallanes: la nao Victoria y su dotación eran lo que quedaba de la Expedición Magallanes-Elcano, y habían vuelto a Sanlúcar, nada menos, tras culminar con éxito la Primera Vuelta al Mundo; eso es, que no es poco, lo que tenían de verdaderamente extraordinario ese barco y ese puñado de valientes de hace casi medio milenio.
           
La nao Victoria con su tripulación de supervivientes comandada por Juan Sebastián de Elcano acababa de llegar a Sanlúcar de Barrameda un seis de septiembre de 1522, tras una travesía azarosa y plena de peligros que se había iniciado precisamente en Sanlúcar de Barrameda tres años antes, un 20 de septiembre de 1519, y que había llevado a la flotilla comandada por Hernando de Magallanes, al servicio del joven emperador Carlos V, a afrontar las incertidumbres de las navegaciones oceánicas hasta que dicha expedición, reducida a la singular presencia de la nao Victoria en las aguas sanluqueñas y desaparecidos en los diferentes avatares del viaje la mayoría de los marinos, colmaría las más insospechadas expectativas de quienes la lanzaron a la mar, culminando un viaje, el primero de su especie, que no sólo demostraba materialmente la esfericidad de la Tierra, sino que venía a representar un salto cualitativo en el horizonte cultural de la Humanidad auténticamente sin parangón. 
           
Sanlúcar de Barrameda, espacio privilegiado en el Golfo de Cádiz, enclave fundamental en el desarrollo de las navegaciones oceánicas, de las exploraciones que redondearon el Orbe y permitieron desarrollar la primera mundialización del planeta, vino a constituir un verdadero “Cabo Cañaveral”, un “Baikonour” de la transición entre los siglos XV y XVI (de ese momento histórico que -siguiendo la convención histórica basada en la secuencia cronológica de los períodos históricos tal y como seguimos conociéndola y manteniéndola hasta nuestros días, pese a estar sujeta a una innegable necesidad de reconsideración- se sitúa en la transición, valga la redundancia entre la Edad Media y la Edad Moderna), un núcleo privilegiado, un espacio axial en un marco geográfico, cultural e histórico capital de cara a la posterior evolución de la Historia de la Humanidad como es el ya referido entorno del Golfo de Cádiz y la desembocadura y curso bajo del río Guadalquivir.
           
De este modo se completaba la Primera Vuelta al Mundo, se abría un horizonte nuevo ante los ojos de la Humanidad, y Sanlúcar de Barrameda tenía el honor de ser el marco de referencia y el alfa y omega de este momento crucial de la Historia.      
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