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Apuntes de Historia CCV
 
 
 
 
 
 
 
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04 de Diciembre de 2016
“Acerca del posible origen de Las Covachas (II)”
Manuel Jesús Parodi.-En el artículo de la semana pasada hablábamos en estos párrafos, entre otras cosas, acerca del discurso del Poder, de los mecanismos de propaganda (y con ello, de penetración en mentes y conciencias) por parte del mismo, de los métodos estéticos que el Poder despliega para construir una imagen de sí mismo que sirva como mecanismo de autoperpetuación así como (y una cosa va en relación con la otra) de instrumento de control del orden, de afianzamiento del orden, de santificación del orden, de aceptación del orden por parte de la masa social sujeta (y, en la medida de lo posible), sumisa a dicho orden.         

Y comenzábamos nuestro artículo (que sí, que tiene que ver con los posibles, con los hipotéticos orígenes remotos -en el tiempo y en lo funcional, así como en lo sentimental y lo estético- de Las Covachas) con la alusión a este tema, a cómo el Poder viene representando su discurso propagandístico de múltiples maneras desde los albores del tiempo (una expresión que no deja de ser una licencia poética, poco rigurosa, para significar que el discurso del Poder es muy antiguo), empleando este método (combinado con otras formas más expeditivas, menos “sinuosas” de coerción) como herramienta de control.
Lo hacíamos porque nos deteníamos, siquiera someramente a considerar que uno de los factores que hacen de Las Covachas (y entraremos a considerar de qué estamos hablando cuando hablamos de “Las Covachas”, pues bajo esa denominación se guarda una realidad múltiple, compleja, articulada) un monumento singular, verdaderamente singular, es precisamente la monumentalidad del sitio, la ritualización estética de un entorno único que forma parte de la memoria colectiva de ese cuerpo social que se llama Sanlúcar desde tiempos muy anteriores a los que se venían considerando tradicionalmente.
           
Y es que para entrar en materia (o seguir entrando en la misma, sería mejor decir), habrá que detenerse un momento a considerar que cuando ponemos sobre el tapete las dos palabras “Las Covachas”, estamos hablando de una realidad múltiple, de varias cosas a la vez, de un concepto (y un nombre), el de “Las Covachas”, bajo el cual, tras el cual, se guardan (como hemos señalado) distintas cosas, varias cosas, cosas en realidad diferentes.
           
Cuando hablamos de “Las Covachas”, estamos hablando de una parte del conjunto que forman la oquedad que se muestra en la vertical de la Barranca, del antiguo acantilado costero, y su ornamentación exterior, y estamos hablando asimismo del emplazamiento de este conjunto (oquedad-ornamentación); así, “Las Covachas” son una oquedad, y son el “envoltorio” monumental que se presenta ante nuestros ojos en el ascenso a (o descenso de) la corona de la Barranca, y son igualmente un lugar en la Cuesta de Belén, un sitio, un hito urbano con identidad y fuerza propias.
           
Cuando menos, pues, estamos ante tres realidades en una: sitio, oquedad y exorno exterior, todo lo cual puede ser considerado como una unidad, como una entidad en sí misma, o bien ser contemplado atendiendo de manera separada a cada una de esas tres componentes que, verdaderamente, puede decirse que funcionan como realidades independientes entre sí, y ambas formas de comprender al monumento serán igualmente válidas.
           
Pues bien, tal y como señalábamos (centrando nuestro interés por el momento en dos de los tres componentes de esa realidad polimórfica que hemos visto son Las Covachas: la oquedad y el exorno exterior) en los párrafos precedentes, a la hora de considerar la naturaleza histórica del monumento, la historiografía tradicional tanto como la contemporánea ha tendido a centrar su interés ya sea en los aspectos estéticos formales, como en los posibles usos y funcionalidad del monumento a lo largo de los últimos (digamos, con una voluntad de inclusión de textos e ideas) quinientos años de su historia.
           
De este modo, hemos asistido (y asistimos) quizá a una visión focalizada del asunto, harto focalizada, de la cuestión, que nos ha llevado a ver cómo cuando se habla del origen de Las Covachas en demasiadas ocasiones se toma la parte (de su uso y su historia) por el todo (de su uso y su historia) y se escribe, casi en términos absolutos, haciendo ver que cuando se habla de Las Covachas basta con hablar del posible origen del aspecto decorativo de las mismas (el exorno) en uno u otro siglo (fundamentalmente, el XV, como están apuntando los estudios arqueológicos de naturaleza paramental que se vienen desarrollando sobre la zona, sin exclusión del XVI como aún sostienen algunos historiadores, que ven en el V duque, D. Alonso el “Fatuo” -sobrenominado así por su discapacidad intelectual- al responsable de este denso al tiempo que profundo discurso programático y propagandístico que representan los dragones, los arcos y el conjunto del exorno exterior del monumento).
           
Pensamos, como venimos señalando, que a la hora de considerar a Las Covachas es imprescindible atender a su realidad múltiple, no perdiendo de vista que bajo esa denominación genérica se encuentran –insistimos- la oquedad del perfil de la Barranca, el programa estético y de propaganda del Poder que se despliega en el exterior de la dicha oquedad (ese “yo cabalgo dragones”, que parecerían estar diciendo los señores de Sanlúcar a quienes se asomasen a la ciudad desde las aguas del río-mar, como ya hemos señalado en textos anteriores a éste y contemplasen a la sede del Poder señorial –el Palacio Medinasidonia- reposar sobre los dragones marinos de Las Covachas, precisamente –unos elementos míticos de naturaleza acuática como la sirena de doble cola del castillo de Santiago o los kraken de San Isidoro del Campo, tan íntimamente ligados con la iconografía del poder de la Casa de Guzmán y especialmente con el duque Enrique II), y el lugar que este conjunto ocupa en la trama urbana, un emplazamiento axial nada casual de cara a su misma existencia desde los tiempos más remotos.
           
Las Covachas son una realidad polimórfica, como venimos señalando, y es conveniente atender a esta naturaleza múltiple si se quiere comprender mejor su propia existencia, su carácter, su identidad. Y en la esencia de su ser, en lo más profundo de la razón de ser de ese mágico monumento que tanto significa en la Historia de Sanlúcar y que tan arraigado se encuentra en nuestro imaginario colectivo se encuentran, además, algunas de las claves, muy posiblemente, de nuestra existencia como comunidad histórica, como realidad identitaria en el tiempo y el espacio, pues como apuntábamos en el anterior artículo y desarrollaremos en los párrafos por venir, la oquedad de Las Covachas muy bien pudiera haber comenzado su devenir como un abrigo de pescadores-cazadores en ámbito litoral en época protohistórica (si no anterior). Y de ello hablaremos en el siguiente artículo.
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