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Apuntes de Historia CCXXVI
 
 
 
 
 
 
 
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06 de Mayo de 2017
Historia versus historias
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Como hemos señalado en muchas ocasiones (por ejemplo, en esta misma serie, sin ir más lejos…) y en muchos, muchísimos contextos distintos, de distinta naturaleza, a lo largo de estos últimos veinticinco años (mucho o pocos, en los que venimos dedicándonos a la investigación y a la divulgación histórica), hay determinados compromisos con el presente y el futuro de una sociedad que son irrenunciables, que son principios a los que un cuerpo social sólido y consciente de sí mismo no puede renunciar, si es que remotamente quiere seguir construyendo un futuro que pueda llamarse tal.

Hablamos, ahora como siempre, de argumentos como son la socialización del conocimiento, la difusión de la Historia y la divulgación de los valores de nuestro Patrimonio Histórico (de nuestro Patrimonio Cultural, Monumental, Arqueológico, Artístico…), que son a su vez vehículos imprescindibles e inexcusables  de la difusión de los valores de ese mismo Patrimonio Cultural e Histórico, cuestiones a las que una sociedad crítica ni debe ni puede renunciar si quiere continuar su proceso de autoconstrucción, más allá de las sevicias particulares y los intereses de unos u otros momentos (y sombras -y sobras- particulares), y herramientas de cara a la pedagogía social, irrenunciable, y que no debe ni puede estar en manos de unos pocos “elegidos” y “llamados” (por nadie más que por ellos mismos) a guardar en sus bolsillos las llaves de ninguna “verdad” establecida.
 
El proceso, irrenunciable, de permanente construcción del futuro (y del presente, que es la única puerta real del futuro, junto a la suma de los hechos del ayer) pasa inequívocamente por el estudio y conocimiento del pasado y la consiguiente (y consecuente, que son dos cosas distintas) puesta en valor (y socialización imprescindible y naturalmente horizontal) de dicho conocimiento, más allá de fotos y peinetas, de afanes, fotos, miedos y vanidades.
 
Y este proceso positivo pasa, igualmente, por la mejor y mayor atención al conocimiento y estudio de las realidades históricas que nos precedieron en el tiempo, como mejor (si no como única) forma, en realidad, de poder comprender los contextos (económicos, sociales, políticos, culturales) en los que nos encontramos inmersos y de los que formamos parte como seres individuales pero también, e indisolublemente, como seres sociales.
 
Expresado en términos coloquiales, el presente es fruto del ayer, y el futuro (que en realidad no existe, aunque podamos tratar de trazarlo, o de vislumbrar al menos las líneas de tendencia, y ello desde una perspectiva racional, no espírita –por así decirlo, o metafísica -en un sentido literal del término) es el fruto de la combinación (nunca matemática, o sí, que Pitágoras da para mucho más de lo que a bote pronto nos viene a la mente…) del pasado y de ese mismo presente, unas realidades inconsistentes, intangibles (especialmente en lo que toca al presente) e inexistentes (el pasado, pues ya fue, quizá, pero ya no es) cuya huella, en cualquier caso, queda incorporada al bagaje de nuestro ser cotidiano, de nuestra identidad y nuestra esencia (tanto en la perspectiva social como -y especialmente- en la perspectiva individual, personal).
       
La construcción de identidades sociales, colectivas, es un proceso complejo, arduo, que tiene que ver con el largo radio histórico y económico (lo primero reflejo de lo segundo, en realidad…), y que tiene que ver igualmente con la percepción que una sociedad tiene de sí misma, con la imagen que un cuerpo social tiene y proyecta (hacia dentro y hacia fuera, hacia el interior y hacia el exterior de ese cuerpo social dado) algo íntimamente relacionado con la realidad material (sea eso lo que sea) y con el análisis (con suerte), la interpretación y la proyección (lo más habitual) que una sociedad hace de sí misma, las más de las veces a varios niveles distintos y en demasía (para lo que sería de desear) poco interconectados entre sí.
 
Así, en contextos reducidos (locales, por ejemplo, aunque no exclusivamente en éstos), en microcosmos espaciales y sociales (difícil, por no decir imposible, irreal, contemplar la Historia -con mayúsculas- desde perspectivas exclusivamente parciales: se hace siempre imprescindible la búsqueda de la objetividad, objetivo a la vez discutible e irrenunciable en todo análisis que se quiera y se pretenda histórico), la elaboración de los constructos históricos (del formato que sean, de los trabajos, análisis, estudios, libros, ponencias, conferencias, artículos, presentaciones…) pasa en demasiadas ocasiones por el tamiz -también en demasiadas ocasiones poco feliz, poco afortunado- de los intereses (y los egos) de demasiadas voluntades e intereses parciales (sin descontar los personales…) y resulta difícil que el análisis histórico se vea libre de las manchas aceitosas que sevicias (humanas, sí) como oportunismo, vanidad e ignorancia (entre otras “bondades”, digamos) quieren, por las más peregrinas motivaciones, proyectar sobre el discurso y el análisis histórico (tan fácil como que de urología deberían hablar los urólogos, pero no es tan sencillo que la Historia se vea libre de afanes y vanidades mancadas…).
 
Decir que la Historia debe ser análisis, estudio, crítica, estudio, debería ser algo innecesario, y sin embargo sigue siendo algo imprescindible, en contextos mayores y en contextos menores (desde un punto de vista social, de envergadura del contexto en cuestión).
 
La Historia, el estudio, de las sociedades en el espacio y en el tiempo (de su evolución y constantes, de sus normas y excepciones…) no es una sucesión de anécdotas, ni una colección de batallitas, ni la crónica de unos sucedidos más o menos ajustados a la veracidad de las fuentes (documentales, arqueológicas, orales, artísticas…): es análisis, reflexión, comprensión…, es algo más grande, infinitamente más noble y enorme que la mayor parte de las cosas que, reconocemos, somos capaces de hacer (y hablo a título personal), y que la mayor parte de las cosas que vemos hacer, en uno u otro contexto.
Historia, con mayúsculas, es análisis, reflexión, comprensión y explicación (divulgación, si queremos). O debe serlo.
 
Castillo de arena irrenunciable en la orilla de una marea creciente, el análisis y estudio de la Historia (y su divulgación) no debe quedar en lo anecdótico, ni en el mero relato costumbrista, ay, al que tantas veces vemos que quieren hacer pasar por Historia. Aprendiz en el camino, eso somos y tal nos reconocemos. Y a galopar.
 
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