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Apuntes de Historia CCLXXXIV)
 
 
 
 
 
 
 
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17 de Junio de 2018
Sanlúcar sin Antonio de Orléans (I)
Manuel Jesús Parodi Álvarez..-En la Historia, escrita ya sea con mayúsculas ya sea con minúsculas, existen figuras significativas, personajes esenciales, singulares (aun huyendo de la “Historia de héroes”, de la visión nietzscheana de la Historia), cuyo paso por una determinada estructura (un país, una entidad, una institución, una empresa, una ciudad…) deja una huella tal (en positivo o en negativo, que de ambas cosas puede hablarse) que incluso marca un antes y un después en la referida estructura por la que pasan.
En la Historia contemporánea de Sanlúcar de Barrameda, como en la de toda ciudad, es posible encontrar figuras humanas que han dejado una profunda huella en la localidad, y ello gracias a su labor, a sus acciones, a las consecuencias de su trabajo, a las transformaciones que incluso llegaron a imprimir en los ritmos de la ciudad, las consecuencias de algunas de las cuales se mantienen en la actualidad.

Si echamos la vista atrás en el tiempo y ampliamos los márgenes cronológicos de nuestra atención, convendremos en que acaso la figura humana de más peso en el conjunto de la Historia local sea la de Alonso Pérez de Guzmán “el Bueno”, quien fuera primer señor de la entonces Villa -en las postrimerías del siglo XIII, desde 1297- y resultase un personaje fundamental de cara a la construcción de las señas de identidad de nuestra localidad así como de cara a la consolidación del poblamiento en la misma tras su reintegración en los horizontes culturales -europeos, mediterráneos- de la Latinidad a la que pertenecía (tras el prolongado hiato de su adscripción a los poderes alóctonos del Islam y del Norte de África desde el siglo VIII) en la segunda mitad del siglo XIII de la mano de la Corona de Castilla y su entonces soberano, Alfonso X “el Sabio”.

Queríamos sin embargo en estos párrafos centrar nuestro interés, y esperamos que también la atención de los lectores, en un personaje histórico más reciente del pasado de nuestra ciudad, adscrito al siglo XIX sanluqueño (y de ahí que hablásemos hace unos momentos de la Sanlúcar contemporánea), como es la figura de Antonio de Orléans, Duque de Montpensier e Infante de España.

La figura del Infante-Duque ha sido estudiada desde muy diferentes perspectivas por no pocos investigadores, historiadores, y abordada por no pocos divulgadores históricos (desde dentro y desde fuera de nuestra ciudad, caso de Manuel Barbadillo o, más recientemente, de José Carlos García Rodríguez, por ejemplo): de este modo se ha venido poniendo usualmente el foco de atención a la hora de tratar acerca de este singular personaje histórico en cuestiones de indudable relevancia tales como su papel en la azarosa Historia de la agitada España decimonónica, en su innegable y capital peso en la política del país bajo el reinado de Isabel II, su cuñada (hermana de la esposa del Duque, la Infanta María Luisa Fernanda de Borbón y Borbón Dos Sicilias).

Igualmente -y en el mismo sentido de lo expuesto anteriormente- se ha hecho hincapié a la hora de dibujar los perfiles del Infante-Duque en lo determinante de su figura en la -por así decirlo- tan sinuosa evolución de la Monarquía española a lo largo de los dos tercios centrales (y más especialmente en la segunda mitad) del Ochocientos, con su tan cacareado rol como “marionetista” (figura en la sombra) en no pocas de las intrigas urdidas contra Isabel II (buscando su derrocamiento) y en su no menos interesante papel, finalmente, en la restauración de la Monarquía asentando la Corona sobre la cabeza de su sobrino (hijo de Isabel II) y luego efímero yerno (efímero por la temprana muerte de la consorte real, la Infanta María de las Mercedes, hija como sabemos del Infante-Duque de Montpensier y de la Infanta Luisa Fernanda), el rey Alfonso XII.

Antonio María de Orléans-Borbón y Borbón Dos Sicilias sería sin lugar a dudas una de las figuras esenciales de la España del siglo XIX, y aunque se ha puesto el acento en sus perfiles políticos (y en sus claroscuros, en sus zonas de sombra, que como todo hombre de estado sin duda tenía), es de señalar que también fue de capital relevancia desde la perspectiva de la economía española de la época, pues a su impulso se debieron acciones como la potenciación de la implantación de los motores de vapor en el país, tanto en lo que se refiere a las comunicaciones terrestres (con el ferrocarril) como a las acuáticas (tanto marítimas como fluviales, de lo que sería buen ejemplo el río Guadalquivir precisamente, con la creación de líneas de vapores entre Sevilla y Sanlúcar a instancias del Infante-Duque, como una iniciativa empresarial suya).

Asimismo, Antonio de Montpensier (igualmente, una iniciativa de carácter económico) trataría de redondear y completar los perfiles agrícolas de la incipiente -por entonces- Feria de Sevilla, y ello con vistas a tratar de mejorar el rendimiento y las condiciones del trabajo agrícola merced a la inclusión de tecnología novedosa en el seno del mismo, sin demasiado éxito al parecer en sus afanes de tecnologizar (sic) el trabajo en el campo andaluz de mediados del siglo XIX.

Hay muchas otras cuestiones que guardan relación, en la España y la Andalucía del siglo XIX que han dejado honda, hondísima huella en nuestro país y nuestra región, con Antonio de Orleáns Borbón, cuestiones que tienen que ver incluso con elementos que forman parte con la estética de lo español, y, en especial, con la estética de lo andaluz, pues el Infante Duque tendría iniciativas de distinta naturaleza que incidirían en el refuerzo de dicha estética, o en la renovación de la misma.

De este modo, los azahares de Sevilla (y de su mano, la imagen de dicha ciudad en primavera, y en especial durante la Semana Santa, por ejemplo) tienen todo que ver con el que fue despectivamente llamado el “Naranjero” (el mismo Montpensier) por sus acérrimos detractores en la Híspalis decimonónica, quien fomentó con un claro interés combinado de lo económico y lo estético, llenar Sevilla (la ciudad y sus entornos, hasta donde le fue interesante y posible) de naranjos.

En lo que tiene que ver con la Semana Santa, además, la mano de la pareja real (los Infantes Duques) quizá por motivaciones distintas en los miembros de dicho matrimonio (más religiosa ella, más pragmático él), impulsaron y beneficiaron a las cofradías (en especial a las de la ciudad de Sevilla, donde estaba establecida su residencia oficial) con notables donativos y donaciones de bienes muebles esencialmente, contribuyendo al ornato de las hermandades y de este modo impulsando su vida pública y, por extensión, sus estaciones de penitencia, esto es, los aspectos más característicos de la -por así decirlo- “vida externa” de las cofradías de Pasión, como son las procesiones de la Semana Santa.

Y de todo ello hablaremos con mayor abundamiento en los párrafos por venir de la presente serie.

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