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Apuntes de Historia CCLXXXVI
 
 
 
 
 
 
 
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01 de Julio de 2018
Sanlúcar sin Antonio de Orléans (II)
Manuel Jesús Parodi Álvarez.-Señalábamos en los párrafos del artículo que hace un par de semanas dedicamos al Infante Duque de Montpensier (primero de esta pequeña serie que ahora continúa) que en la Historia contemporánea de Sanlúcar de Barrameda podemos hallar perfiles humanos que han dejado una profunda huella en la ciudad, y ello en función de sus acciones, unas acciones que -en algunos casos- llegaron a influir (modificándolos incluso) en los ritmos vitales de la localidad, hasta el punto de marcar un antes y un después en la vida de la misma, unas modificaciones cuyas consecuencias en algunos casos se mantienen en la actualidad.
Nos ocupábamos en concreto, como señalábamos hace unos instantes, de la figura dual compuesta por los Infantes Duques de Montpensier, Antonio María de Orléans y María Luisa Fernanda de Borbón, y muy especialmente apuntábamos en la línea de la influencia que este regio matrimonio franco-español llegaría a tener en la Sanlúcar de Barrameda de la segunda mitad del siglo XIX y no sólo entonces, pues las ramificaciones y las consecuencias de la acción polimórfica del Infante Duque en la Sanlúcar de su época influirían en la vida de la ciudad durante mucho tiempo, siendo incluso que no pocas de las huellas de la referida acción del Infante se mantienen viva, fértiles y evidentes aún en nuestros días en la ciudad.

Como decíamos, hay muchas cuestiones en la España y la Andalucía del siglo XIX que guardan una directa relación con la acción de Antonio de Orleáns Borbón (y no sólo en el campo político, que es al que más suele atenderse a la hora de considerar la figura del Infante Duque), unas cuestiones que tienen que ver incluso con elementos  (culturales, estéticos, formales…) que se encuentran en las raíces de lo que comúnmente se entiende (y se ha asumido desde el Ochocientos, en un proceso de construcción de patrones estéticos que arranca de mucho antes pero que quizá en el siglo XIX comenzaría a cristalizar en la dirección definida que se acabaría desarrollando plenamente -y con ello, imponiendo- en la primera mitad del siglo XX) como la estética de “lo español”, así como -y acaso más especialmente- con la estética de “lo andaluz”, pues el intelectualmente inquieto y muy activo Antonio María de Orléans desplegaría múltiples iniciativas (económicas, culturales, políticas…) de muy diversa naturaleza que habrían -de distintas maneras- de incidir en el refuerzo de dichas estéticas (la andaluza y la española), cuando no incluso en su renovación y hasta en la creación de no pocos aspectos de las mismas.

Algunos de estos aspectos serían (por esas mismas fechas o unos años más tarde) llevados a la categoría de tópico por ejemplo de la mano, por ejemplo, de la Zarzuela..., sin que debamos pasar por alto la influencia que en la creación de los tópicos visuales, estéticos y culturales de “lo español” (y de no pocos particularismos regionales, en especial en lo que atañe a las vestimentas “regionales” de las tierras de España) habría de tener un personaje -ya en el siglo XX- como el escritor y político gaditano José María Pemán, desde las altas responsabilidades que éste desempeñaría en el seno del régimen franquista desde los comienzos del mismo, incluso en los albores de la Guerra Civil española.

De este modo, como mencionábamos en el texto anterior, algo tan intrínsecamente sevillano como los naranjos y el azahar (y de su mano, la imagen de la capital hispalense en los meses de la primavera, y más en especial durante los días de la Semana Santa, por ejemplo) guardan una íntima relación con aquél que sería despectivamente llamado el “Naranjero” (esto es, el duque de Montpensier) por sus detractores en el seno de la Sevilla decimonónica.

El Infante fomentaría (al calor de un claro interés en el que se combinaba lo económico y lo estético) el llenar Sevilla (la propia ciudad -sus calles y plazas- y los entornos de la misma, hasta donde le fue posible) de naranjos, contribuyendo a crear de este modo una estética nueva en la ciudad del Guadalquivir, una estética que se mantiene desde esos entonces y que ha pasado a formar parte por méritos propios de las señas de identidad (culturales, visuales, estéticas, poéticas y sensoriales) de la referida ciudad (y que como sabemos es compartida por otras muchas ciudades andaluzas –y acaso no solamente andaluzas), algo que se produciría en buena medida gracias a la acción y el impulso de este gran personaje de la España y la Andalucía del Ochocientos, el Infante Duque de Montpensier.

Abundando en lo anterior, y en lo que atañe a la Semana Santa, la mano de la los Infantes Duques beneficiarían a las cofradías (en especial, pero no únicamente a las de la ciudad de Sevilla, donde el matrimonio tenía su residencia oficial) con no pocos donativos y donaciones, ayudando de esta forma al ornato de las hermandades e impulsando la vida pública de las mismas, sus estaciones de penitencia, las procesiones de la Semana Santa hispalense.

De esta forma, también los cultos religiosos (católicos, en efecto) y la Semana Santa de Sevilla (y no sólo de Sevilla: la propia reina de España, Isabel II, quizá para contrarrestar y compensar la popularidad de su hermana y su cuñado en los ámbitos cofrades, quizá por devoción personal, se vería impelida a ejercer labores de mecenazgo sobre diferentes hermandades y cofradías en ámbito andaluz) se beneficiarían de la acción munífica ejercida con largueza por los Infantes Duques de Montpensier y que llegaría a servir como acicate –como hemos señalado- para que otras personalidades (caso de la mismísima soberana Isabel II) hicieran igualmente lo propio en dichos momentos.

Igualmente en ámbito sevillano, el Infante Duque trataría de reforzar los aspectos económicos de la apenas creada Feria de Sevilla (a mediados del XIX, una vez que la regia pareja se estableció en la ciudad del Guadalquivir), buscando que dicha gran cita del calendario económico y festivo hispalense contase con un más marcado perfil económico como feria agrícola, para lo cual el animoso joven príncipe franco-español trataría (sin demasiado éxito) de modernizar las actividades del campo andaluz mediante la potenciación del trabajo mecánico en el mismo merced a la importación de maquinaria agrícola extranjera, algo que revela nuevamente el espíritu inquieto e innovador de Montpensier, muy alejado de los tópicos de la España de su tiempo.

Antonio María de Orléans Borbón imprimió, sin duda alguna, carácter a la España de su época, y no sólo desde el ámbito de lo político, y otro tanto sucedería con la ciudad de Sanlúcar de Barrameda (también su residencia, como Sevilla), que igualmente cabe señalar que habría de conocer un antes y un después de la acción munífica de los Infantes Duques de Montpensier, como veremos en próximos párrafos de esta serie de divulgación histórica.

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